De repente se me agriaba el carácter. Notaba cómo la cara y todo yo, hasta mi alma, se me arrugaba como una pasa seca. Al principio no le prestaba atención. Pensaba que sería un mal día, que habría descansado mal, que el tiempo estaba cambiando, que los demás eran egoístas y no sabían hacerme feliz, también llegué a pensar que era por ser un día concreto de la semana, (¡la culpa era de los lunes!). Yo trataba de hacer autocontrol, me planificaba, hacía deporte para eliminar estrés, leía libros de autoayuda, pero estas estrategias a mí no me servían para apañarme bien ni conmigo mismo ni con la vida.
Y entonces pedí ayuda Seguían pasando los años y este estilo no desaparecía, a veces con más intensidad y otras veces con menos. La única experiencia que iba teniendo, era tropezarme una y otra vez con la misma piedra.
La gota que colmó el vaso fue una vez que estaba excesivamente cansado. Fui al médico a que me hicieran un reconocimiento, y la sorpresa fue cuando me dijeron que todo estaba bien. Entonces me asaltaron dos cuestiones: o los médicos son muy torpes y no encuentran lo que tengo, o mi ánimo está haciendo estragos en mi cuerpo. Y entonces pedí ayuda.
La terapia me ayudó a ver que no se trataba de cambios tan repentinos y sin explicación. Cada vez que las cosas no salían redondas ahí tenía lugar el malestar. Por ejemplo: una llamada telefónica que te hace perder el tiempo, tu pareja que te hace un plan sin consultarte, te arrancan el espejo retrovisor, no consigues tener un orgasmo, sentir que el tiempo se te escurre entre las manos sin poder atraparlo. La gente me decía “¡no es para tanto!, ¡te tomas las cosas muy a pecho!, de sus bocas parecía todo muy claro y sencillo. Para mí no funcionaba la fórmula “las cosas son así, y punto”. Yo me veía atrapado en un comedero de cabeza: por qué me ha pasado esto, yo no me merezco eso, la culpa es de fulanito, la vida es injusta. Una de las consecuencias de todo esto era que tiraba el día por la borda con el consiguiente remordimiento que esto traía después.
Luis ha vivido dominado por los cambios de humor y la culpa casi una década. Hasta ahora no podía aceptar que hay muchas imposibilidades cotidianas. Son cosas que pasan y punto. Las cosas que pasan, ya han pasado, pero hay gente que no puede dejarlas atrás. Y entonces entran en un bucle destructivo. Su actitud era un indicativo de que estaba negando la imposibilidad. Es cierto que las cosas ocurren y punto, pero después del punto se abre un interrogante, ¿ahora qué voy hacer con lo que ha pasado? Sólo aceptando la imposibilidad se abren otras alternativas, si no uno permanece obcecado. Además de esta negación, Luis descubrió en terapia otra ley que le hacía funcionar así: si no se tiene una respuesta pesada y dramática, es que eres una persona descuidada, pasota, con falta de interés y de atención. El entendía que mostrarse molesto era una señal de que las cosas tenían importancia y valor.
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