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Sábado 04/05/2024

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Testimonio: Falsa identidad

Las discusiones con mi pareja tenían mucha fuerza y presencia, prácticamente cada semana. Cada pelea suponía mucha tensión, sufrimiento, incomodidad, mal rollo.

 

Las discusiones con mi pareja tenían mucha fuerza y presencia, prácticamente cada semana. Cada pelea suponía mucha tensión, sufrimiento, incomodidad, mal rollo. La situación ya era absurda e insoportable. Cada discusión parecía vital, y que iba a ser el fin de la relación; deshacíamos todos los planes y cada uno se iba por su lado. Nunca habíamos roto la relación definitivamente, pero yo me planteaba terminar con aquello en numerosas ocasiones. No tenía claridad, me preguntaba: ¿cómo sabe uno si tiene que dejar a su pareja? Por otro lado, Jorge me hacía sentir que el problema era mío, porque siempre me reprochaba que también discutía con mi familia, con mis amigos y con los compañeros de trabajo. Cuando me decía esto, yo me alteraba mucho, sentía una gran desconfianza, inseguridad, una falta de respeto y apoyo.
No sé cómo sucedía, pero es verdad que me veía envuelta en situaciones inesperadas y muy desagradables. Durante un tiempo, me parecía que estos sucesos eran inherentes a la vida y que no se podían evitar, pero ahora sé que quiero una relación con más complicidad, vivir encuentros más agradables, tener relaciones fluidas. He entendido que las buenas relaciones no son casualidad ni fruto del azar, sé que hay que hacer algo para favorecer un buen ambiente y cuidarlo.
A través de la terapia he descubierto que en pocas ocasiones expresaba lo que quería, y que cuando conseguía expresarme lo hacía en tono desafiante y manifestando un reproche constante, es decir, favoreciendo una atmósfera para discutir.

Sentía que solo expresar –mi opinión, mis ideas, mis preferencias- era poco, me veía movida por un impulso a imponer mis preferencias, a convencer, a forzar al otro a que me diera la razón.
Loli, sin darse cuenta, cada vez que tenía que expresarse, o conversar, directamente discutía. Vivía la diferencia de opinión con mucha agitación y tensión, y no sabía nada de por qué todo esto ocurría así.

Gracias al proceso terapéutico, Loli ha descubierto que la forma en que se relacionaban sus padres entre sí estaba determinando su comportamiento actual.

La experiencia de Loli era que si difería de la opinión paterna no tenía ninguna aprobación ni muestra de cariño, de aquí la dificultad de expresarse.

Por otro lado, había adoptado como propio ese carácter reprendedor, tomando así una falsa identidad, dejando a un lado su autenticidad.

Ahora Loli se permite entender y hacer la vida desde su propia óptica, y no desde la mirada paterna; también acepta sin sufrimiento que diferenciarse de sus padres no es lo mismo que separarse de ellos.

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