Era invierno. El invierno más frío que los habitantes de Invernalia recordaban, y eso que aún no sabían que la peor de las noticias estaba por llegar…
Invernalia era una región muy antigua que había ido creciendo con el paso de los años, no como las regiones vecinas de Caramelia y Navidalia.
Estas aún tenían los carriles sin asfaltar, todo era muy rural. La gente vivía en cabañas iluminadas únicamente por la luz que desprendían sus hogueras y comían de su propia caza.
En cambio, Invernalia era el centro de negocios, el lugar más avanzado, y fue por eso que sus habitantes poco a poco fueron perdiendo las viejas costumbres.
Faltaban pocas semanas para las festividades de Invernalia, cuyo verdadero significado había sido olvidado, y las fábricas de juguetes estaban explotando todos sus recursos.
Los centros comerciales aprovechaban esta época para subir los precios y la gente consumía sin parar. Compraban comida para lujosos festines y regalos por doquier.
Ese día el alcalde de Invernalia, el Señor Nevados, quiso asegurarse de que todos los preparativos iban según la programación y se acercó en persona a verificarlo.
Se encontraba en la última fábrica satisfecho con el resultado, así que decidió marchar a casa.
Apagó su puro antes de salir y se dispuso a coger su coche, pero lo que el Señor Nevados no sabía era que ese puro no estaba del todo apagado…
Cuando quiso darse cuenta, desde el espejo retrovisor vio cómo la fábrica ardía enteramente… y no solo eso, si no que en menos de una hora, la mayor parte de la región había sido consumida por las llamas.
* * *
Se oían voces…
El Señor Nevados reconocía las características voces de sus familiares, y por fin, abrió los ojos, pero… ¿dónde estaba?
Tras largas explicaciones, el alcalde de Invernalia comprendió lo que había ocurrido: se llevó tal susto durante el incendio que se desmayó.
Ahora se encontraba en el hospital de la región de Navidalia, ya que desgraciadamente toda Invernalia se había quemado y nada se había podido hacer. ¡¿Y ahora qué pasaría con sus fiestas?!
Los navidelios entusiasmados acogieron en sus propios hogares a todos los vecinos desalojados y estos, a cambio, quisieron ayudarlos con sus tareas.
Haciendo referencia a su nombre, Navidalia estaba en plena preparación de algo llamado “Navidad” que, por otro lado, nada tenía que ver con las fiestas de Invernalia.
Nada de fábricas contaminantes, nada de regalos carísimos ni de gastar elevadas cantidades de dinero en preparativos que serían consumidos en pocos días.
Allí todo era muy diferente: los agricultores recolectaban sus mejores alimentos mientras cantaban preciosas melodías navideñas, los jóvenes creaban decoraciones que los campesinos se encargaban de colocar en los árboles y paredes de las cabañas.
Había un grupo que se encargaba de preparar el recinto dedicado a la gran cena de Navidad.
En Navidalia se reunía todo el pueblo como una gran familia a celebrar las fiestas, cada habitante traía una comida preparada con mucho cariño para compartirla con sus vecinos y un pequeño regalo fabricado por él mismo.
Después, cada persona cogía un regalo al azar, sin saber de quién provenía, pero todos eran obsequiados con algún presente. Al final de la noche, venía la parte más divertida: los bailes.
Los músicos tocaban unas bellísimas canciones tan alegres que era imposible resistirse a bailar hasta bien entrada la noche.
Pero la parte más importante de la Navidad la tenían, cómo no, los niños: los niños de Navidalia eran llamados “duendes de la Navidad”.
Ellos eran los encargados de la imaginación, de la felicidad y de la ilusión. Sin ellos la Navidad no sería posible, pues ellos son los que reparten la ilusión por debajo de tu puerta, los que imaginan y crean las golosinas más coloridas, los que inventan esas canciones con melodías tan pegadizas que no podemos sacar de nuestras cabezas.
También diseñan el envoltorio de los regalos, regalan sonrisas, esperanzas, hacen sueños realidad… Y la función más importante de todas: ayudan a los demás, comparten sus bienes con todos y colaboran en el reparto de regalos…
El Señor Nevados no entendía nada de aquello, ¡vaya fiestas tan raras! Sin gastar dinero, sin grandes cantidades de comida y con regalos fabricados por ellos mismos…
Un navidelio que lo oyó le preguntó: - ¿De verdad no sabe de qué estamos hablando? –
Y viendo la cara de desconcierto del alcalde y todos los invernalios, continuó - Cuenta la leyenda que tres hombrecillos viajan la última noche de las fiestas a lomos de sus camellos y cargados de regalos.
Entran en los hogares, ¡pero no tengan miedo! Ellos lo hacen para depositar un obsequio a cada persona. Son magos… Los Reyes Magos. Todas las personas deben dejar sus zapatos bajo los adornos navideños e irse a dormir después de las celebraciones.
Por la mañana, tendrán un regalo, pero ¡ojo! Solo aquellos que se han portado bien durante todo el año tendrán su objeto más deseado…
- ¡Vaya paparruchadas! – Exclamó el alcalde indignado, pensaba que los habitantes de esa región estaban un poco chiflados.
Enfadado con la alegría e ilusión de los navidelios mientras su región había ardido, el Señor Nevados ayudó de muy poco agrado con las preparaciones, y por fin, llegó el día:
Fue la mejor noche de su vida, probó exquisitos manjares que nada tenían que ver con los carísimos platos que comía en sus fiestas.
Rió con las actuaciones, bailó como un chiquillo, y, por primera vez, se olvidó de todos sus problemas: los habitantes de Navidalia consiguieron convertirlo en una persona feliz.
Antes de acostarse, por si acaso, el alcalde puso sus zapatos bajo algo llamado “Árbol de Navidad” en casa de sus huéspedes.
Esa noche, tuvo sueños maravillosos donde los problemas no existían, y a la mañana siguiente…
- ¡Despierte, Señor, despierte! ¡Han venido! – Gritaba un joven duende entusiasmado.
El Señor Nevados se levantó y corrió con la ilusión de un niño para ver qué regalo le habían traído los Reyes de la leyenda, pero solo encontró una nota que decía así: “Esto, señor alcalde, se llama Navidad”.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. No necesitaba regalos. Esa nota le había hecho sentir más feliz que cualquier otro regalo: la leyenda era cierta, los Reyes Magos existían.
Sentía que había desperdiciado todos los años anteriores preparando fiestas sin sentido en las que el único objetivo era gastar en lujos, cuando el verdadero sentido de la Navidad era aquel: la magia, la ilusión de un niño, compartir con sus seres queridos…
Desde ese año, los habitantes de Invernalia, Caramelia y Navidalia se unían por esas fechas y celebraban su NAVIDAD.
Y así, amigos, es como todo comenzó…
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