Un 16 de junio de 2011 dejó de latir el corazón de Jesús Jaime Mota porque era muy grande. Diez años más tarde, aún echamos de menos su sonrisa infinita al final de la jornada compartiendo un vino y comentando los proyectos que bailaban en su cabeza al son de la ayuda social, la denuncia, y la admiración de unos segundos, minutos compartidos con las tribus de Tanzania o los personajes más recónditos de la India, Tailandia o Birmania.
El hombre del pelo blanco cambió su forma de entender el mundo tras su primer viaje a Tanzania, donde construyó un colegio orfanato para alegrar las miradas de cientos de niños que recibían su primera clase en una arrugada pizarra. La Mirada Africana dio paso a Rostros, dos de sus colecciones más apreciadas. Si quieren leer la historia de la humanidad, de sus miserias y bondades reveladas en la simpleza pueden acudir a sus fotografías, no serán capaces de llegar al fondo de las miradas, ni pellizcar unos rostros quemados por el sol, ni estrechar las manos endurecidas de sus protagonistas. Solo podrán aplaudir desde dentro, reconocer el amor que ponía Jesús en las cosas que hacía, y tenerlo siempre en la memoria. Su hijo Alejandro ha seguido ese camino publicando el libro El silencio habitado. Un silencio roto por el flash del recuerdo, por sentir que personas así… vivirán para siempre.
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