Los hombres y las mujeres son diferentes, asumámoslo en un ejercicio por reconocer los caprichos de la biología. Pero si nos referimos al género, que no al sexo, tenemos que asumir que se construye culturalmente, que todo es producto de lo que nos han enseñado bajo el interés de quienes siempre han dictado las normas, ellos. Es más, cualquiera podría desmontar los argumentos de quienes piensan que las cualidades de género son inherentes al patuco azul o rosa. Basta con encontrar, por ejemplo, a un hombre sensible e inteligente o a una mujer fuerte y valerosa, a un señor matrón o a una señora gobernante, si me apuran, incluso un caballero bordador o una dama legionaria, muestras de que, a pesar de diferentes, puestos a generalizar, todos somos iguales.
Sin duda, algo está cambiando. Hace años, lo que hoy es un homenaje a Paqui Vergara en el periódico de su pueblo, hubiese sido un interesante argumento para la mejor literatura de ficción. Por eso, de lo inexistente a lo real, pasando por lo asombroso, nuestra percepción del género, afortunadamente, evoluciona. Paqui existe; es hija, como todas; hermana, como muchas; madre, como algunas; Cabo de Artillería de la Legión española y veterana en misiones como las guerras de Irak o el Líbano, como muy pocas.
A Paqui no es necesario preguntarle por la igualdad de género, sabe que su profesión despierta curiosidad y su claridad en ese sentido es cristalina. “Siempre hemos hecho lo mismo que los hombres, sin distinción, si hay algún problema no viene de los mandos, sino de los compañeros, es cuestión de mentalidad, nunca ha habido mujeres en el ejército…”, a lo que añade, “con paciencia, hasta que se acostumbren”. Y eso que ya las cosas no son como hace diez años, cuando llegó a la Legión. “En aquella época, había mujeres en el ejército, pero en unidades logísticas. Fue cuando llegamos nosotras y tuvimos que abrir camino en unidades operativas”, lo cual estamos convencidos de que no fue un camino de rosas. “Por ese hecho sí lo pasamos mal, teníamos que demostrar diez veces más que un hombre”, dice Paqui, y añade que, “por el hecho de ser mujer, para algunos compañeros, de entrada, no valías para el ejército, les daba igual que no pudieses, nos exigían igual”. Y es que eso de que existan mujeres defendiendo a los españoles no suena todavía muy normal a ciertos oídos. “Tú le preguntas a los soldados si quieren mujeres en el ejército y la mayoría te dice que sí, porque tienen que tragar, pero en el fondo muchos no quieren”.
Paqui Vergara: “Por el hecho de ser mujer, para algunos compañeros, de entrada, no valías para el ejército”Paqui Vergara o una mujer haciendo camino, ‘nada nuevo bajo el sol’ como diría el proverbio latino. “Ahora en la brigada somos unos 3.000 efectivos, de los que 600 o 700, entre todas las especialidades, somos mujeres, esto ya ha cambiado mucho, ahora puedes entrar y hacerte hueco, abrir camino… pero claro, ¿quién paga? Pues las primeras que entran”, apunta orgullosa de su trayectoria como legionaria.
Su madre, Antonia Vera, nos contó la anécdota de que con 12 años, en la jura de bandera de su tío, Paqui le dijo que sería la próxima. Ella lo atestigua. “Siempre me llamaba la atención, quería hacer la mili de pequeña, veía a los legionarios en Semana Santa y quería ser como ellos”. Así que cumplió los 18 años y se fue. “Estuve tres meses en Cáceres en una formación militar general, allí sí se le exigía más a los hombres que a las mujeres, pero después llegué a Almería como legionaria; desde ese momento éramos todos iguales”.
Misiones en Irak y el Líbano
Dos años después de convertirse en soldado, con solo 20 años, Paqui se va a la guerra de Irak. “Te pasas la vida haciendo maniobras, pasando frío, hambre, penurias, qué menos si supuestamente te preparan para el conflicto, que ir y que te merezca la pena todo lo que has aprendido”, cuenta. “Me preguntaron si quería ir, solo iba infantería en el primer despliegue español en Irak, pero necesitaban mujeres”, destaca como algo cotidiano en su oficio.
El 1 de mayo de 2003, el presidente de los EE.UU., George W. Bush, anunciaba el fin de los principales combates en Irak; el mando norteamericano asigna a España el control de la región sur del país y nuestras fuerzas armadas llegan a Diwaniya en julio de ese mismo año. “Estuvimos en el primer reemplazo hasta el 8 de enero de 2004, unos seis meses”, dice Paqui. “El día a día eran patrullas, guardias, ‘checkpoints’, montar garitas, mover sacos terreros; los primeros meses, dormías 3 o 4 horas al día, fue muy duro, había mucho trabajo, pero lo preferíamos, se te pasaba el tiempo muy rápido”, añade. “Recuerdo un día de julio, movíamos sacos a las 3 de la tarde a 67 grados”, rememora.
Una misión en la que las mujeres jugaban un papel fundamental. Paqui era una de las 15 legionarias encargadas, además de la labor cotidiana, del registro y control en un país cuyas fronteras se habían convertido en un coladero de terroristas y traficantes de armas. “Los hombres musulmanes lo llevaban fatal, eso de que una mujer tuviese que imponerles autoridad… yo dejé en Irak a más de uno traumatizado”. Aún así, “si los hombres lo llevaban mal, las mujeres peor todavía, pero sobre todo las mayores, las jóvenes no, las mayores te miraban como si vieran un extraterrestre”, recuerda Paqui. “A veces, nos teníamos que poner por las malas para conseguir algo, se terminaban yendo agachando la cabeza y supongo que maldiciéndonos”.
El contingente español en Irak sufrió 90 ataques hasta mayo de 2004 con el resultado de nueve soldados españoles y diez iraquíes muertos, cifras a las que se suman 18 heridos españoles junto a 21 iraquíes. “Cuando te atacan, todo sucede muy rápido, eres consciente cuando todo ha pasado, en ese momento solo reaccionas en sacar tu arma y pensar… para que llore mi madre, que llore la suya”.
Ante un ataque, “solo reaccionas en sacar tu arma y pensar, para que llore mi madre, que llore la suya”Ya en 2006 Paqui repitió en una misión, esta vez en el Líbano. “Fue algo mucho más tranquilo, ni punto de comparación con Irak”, dice Paqui, quien nos habla de la misión: “tuvimos que construir de la nada la infraestructura, durmiendo en tiendas de campaña, trabajando las 24 horas, sin horario, típico de las misiones”. “Ahora ya está todo montado, pero quienes van de primera tienen que hacer el trabajo duro. Hombro con hombro, igual que cualquier otro soldado. De hecho, nunca he sentido inseguridad, en todo caso te sobreprotegían, a veces te agobiaban, tenían el instinto de sobreprotegerte”, en clara alusión a la actitud de algunos soldados hacia ellas como mujeres.
Vida laboral y familiar
Una vida profesional donde la actividad es una constante, donde muchos, civiles en este caso, podríamos cuestionarnos las posibilidades de conciliar vida laboral y privada. “En el momento de pensar en quedarme embarazada, sabía que era ser soldado y ejercer o ser soldado y madre, una cosa y otra”, nos dice Paqui al respecto, “desde que soy madre he tenido que pedir reducción de jornada, no podía seguir la vida que tenía, no salgo de maniobra, no salgo de continuada, ahora me dedico a mis hijos, hago mi trabajo pero no salgo”. “El ejército me permite conciliar la vida familiar con la laboral, me permite ahora, como madre, tener media jornada; además, está regulado por ley”, añade.
Asimismo, Paqui sabe lo que es marcharse y ver cómo los suyos se marchan. Su marido también es legionario y ahora mismo se encuentra lejos de casa. “Él dice que soy peor que un civil, que me lo tomo mal, pero tengo que asumirlo, se fue el pasado enero a Afganistán”, apunta con cierta melancolía. Y es que, incluso su vida privada, es digna del argumento de una gran novela. “Mi marido es de San Pedro, yo de Las Lagunas, llevábamos dos años trabajando juntos en la base y nos conocimos en Irak, yo estuve de agregada a su compañía”.
Por su inquietud, por su capacidad de superación, por su valor y profesionalidad, Paqui Vergara es un ejemplo del cambio que durante años reclaman mujeres y hombres. Ejemplo de una transformación que, paso a paso, alcanzamos, definiendo nuestras diferencias para acentuar, así lo esperemos, nuestra igualdad.
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