Se puede mentir a un jefe, a una pareja, a un amigo, a una madre, a cualquiera. Y se puede mentir por piedad, por vergüenza, por interés, por defenderse, por falta de escrúpulos, por inseguridad, por protagonismo, por aparentar, y otras veces se miente porque es el otro el que te invita a hacerlo.
¿Otra persona te puede invitar a mentir? Por ejemplo, un estudiante que tiene una madre histérica y pesada, si suspende un examen tal vez opte por mentir o no decir nada, así le evita un disgusto a esa mujer y se ahorra la regañina. O si un chico tiene una novia celosa que le prohíbe ver a su exnovia, y no se quiere someter a su dictadura, acabará por no decirle que habla con ella de vez en cuando.
A veces se utiliza la mentira como una herramienta para convivir mejor, mentirijillas tácticas. Pero otras veces mentir se convierte en el único recurso para solucionar conflictos o para tener éxito social, entonces aquí tenemos un problema. Mentir no deja de ser un escondite del que más tarde o más temprano hay que salir, porque vivir escondido no es vivir. Además, ¿de qué habría que esconderse? Se esconde quien no se gusta, quien no asume responsabilidades.
No son azarosas, ocultan o condensan alguna marca particular de la historia del que mienteLa mentira no es sencilla, porque en toda mentira hay una verdad. Esto quiere decir que las mentiras no son azarosas, ocultan o condensan alguna marca particular de la historia del que miente.
Si es usted un mentiroso, no hace falta que se delate, ni tampoco que se sienta culpable o pague su castigo –por aquello del pecado-. Es suficiente con que no eluda sus responsabilidades, con que acepte que las cosas no pueden salir siempre redondas, con tener una personalidad con la que se sienta conforme, con que tenga gustos propios, con que se tenga bien considerado, y así no habrá que esconder ni esconderse de nada.
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