.“¿Quieres ser feliz o tener la razón?”, una frase que en principio puede parecer graciosa y anecdótica, perfectamente podría pasar por una frase de autoayuda. Si así fuese, pareciera que para quien pueda renunciar a tener razón está garantizada cierta tranquilidad. Sin embargo, esto que parece un precepto sencillo mucha gente no puede cumplirlo. O tal vez puedan cumplirlo temporalmente con un considerable esfuerzo, pero luego no pueden cumplirlo ni con esfuerzo y, más tarde, esto cae en el olvido.
¿Con qué obstáculos nos encontramos? Considerar la razón como un tesoro y hallar un placer en la discusión. Para que esa frase nos resulte una herramienta útil, primero hay que poder pensar qué es lo que está en juego para cada uno de nosotros al tratar de que se reconozca nuestra razón. Para algunos es una cuestión de éxito, otros creen que si no les dan la razón no los quieren, o los están infravalorando y considerándolos tontos, otros creen que se están sometiendo. A este desciframiento de lo que para cada uno es la razón, hay que añadir que dejar que los demás tengan su razón es aceptar que hay muchas maneras de ver las cosas. Pero hay a quien le horroriza aceptar esta diferencia, porque remite a cierta soledad.
Por otro lado, nos encontramos con gente que precisamente encuentra satisfacción en la discusión, en apabullar al otro, en enzarzarse, en lo violento, en lo desagradable. Para ellos, cualquier ocasión es buena para dar salida a esta pasión oscura y comprometida. Hay que cuidarse de no caer en las redes de quien tiene estos gustos.
¿Por qué un precepto en apariencia simple, “si renuncio a tener la razón puedo ser feliz”, no puedo aplicarlo? Porque primero hay que ver el sentido que esas palabras juegan en mi propia historia y, segundo, hay que averiguar con qué tendencias me satisfago: si en mí gana la energía a favor de la vida o a favor de la destrucción. Así, con el camino despejado, sí se puede vivir la vida de otra forma.
Comparte esta noticia desde el siguiente enlace: https://mijascom.com/?a=6423