Es la primera de las controversias que surge cuando se aborda el espinoso asunto del grafiti, si constituye un arte, o todo lo contrario, si estamos ante un acto vandálico. Lo que es incuestionable es que es un auténtico fenómeno social que a nadie deja indiferente, tal vez por lo visible que puede llegar a ser, pues sus autores, si por algo también se caracterizan, es por la anarquía que adoptan a la hora de escoger el lugar donde llevar a cabo la pintada. No hay espacio que esté a salvo, salvo que este haya sido antes marcado por otro artista del aerosol, ya que al parecer sí existe respeto por la obra ajena, menos mal, algo es algo.
El arte lo reconocemos al instante, cuando de forma palpable la obra transmite la visión personal de quien interpreta lo real o imaginado, a base de trazos ordenados y técnicosPero lo cierto, y aunque la raya divisoria entre el arte y la bazofia puede ser también controvertida de definir, es que lo que impera es notorio que suele ser lo segundo. Así trazos ininteligibles a modo de firma o frases reivindicativas de causas poco defendibles, muchas veces adornadas con palabras soeces y faltas de ortografía, es el estándar de lo que estamos padeciendo últimamente en nuestro pueblo. Nada que ver con el concepto de grafiti, si tomamos la definición oficial de la RAE, que viene a decir que estaríamos ante un “letrero o dibujo circunstancial de estética peculiar”. Y volvemos de nuevo al nudo gordiano, ¿cuándo algo representado en un espacio público es estético, y cuándo se aproxima a lo sucio…?
Pero hay un elemento que no tiene interpretación posible. Tanto si el grafiti se realiza sobre una propiedad privada (hemos visto puertas, fachadas, cerramientos en piedra vista ensuciada por el espray) o un espacio público (mobiliario urbano, parques, pantallas en hormigón), ¿qué derecho tiene el autor a desparramar una pintura, que después tendrá un coste económico y esfuerzo físico retirar?, ¿qué derecho tiene a imponer su concepto de la estética, o su protesta, a toda la comunidad?
Sería curioso poder someter a estudio de laboratorio el perfil del grafitero, cuando no de arte se trata, que además de desperdiciar un preciado dinero en aerosoles, pretende con instinto animal “marcar” una zona que no le pertenece y, esperar, tal vez, el reconocimiento de no sabemos quién…
El Ayuntamiento se muestra inflexible y sancionará, con hasta 1.500 euros, a quien ensucie con pintadas los espacios públicos, una medida que viene respaldada por los testimonios de los ciudadanos, que han sido preguntados al respectoBien distinto es, esas verdaderas obras de arte, que también acostumbran a verse en determinados espacios abiertos, muchas incluso por encargo. Eso es harina de otro costal. El arte lo reconocemos al instante, cuando de forma palpable la obra trasmite la visión personal de quien interpreta lo real o imaginado, a base de trazos ordenados y técnicos.
Curioso en determinadas calles comerciales de Málaga, cuando los comerciantes hartos de que se les ensuciaran las puertas metálicas, deciden unirse al enemigo y encargarles obras más esmeradas. Un claro ejemplo de inteligencia práctica, pero con evidentes elementos de libertad coaccionada.
Nada parecido desde luego, a la plaga que padecemos en Mijas de cierto tiempo acá, cuando vemos esparcidos en muros y mobiliario urbano anárquicos trazos que nada aportan al arte ni a la crítica. El Ayuntamiento se muestra inflexible y sancionará con hasta 1.500€ a quien ensucie con pintadas los espacios públicos, una medida que viene respaldada por los testimonios de los ciudadanos que han sido preguntados al respecto. La democracia es así, los grafiteros, y los vándalos también, tendrán que someterse a la voluntad de la mayoría. 

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