El barro ha estado en sus manos desde que tenía uso de razón. Enamorada de los belenes, como su familia no podía permitirse comprar las figuritas, siendo apenas una niña aprendió a darles vida. Así fue como Carmen Escalona, la ceramista mijeña por antonomasia, descubrió el poder que podía irradiar de sus manos y de su imaginación.
La muestra de Carmen Escalona estará abierta al público en la Casa de la Cultura de la Cultura de Las Lagunas hasta el próximo 19 de eneroProveniente de una familia humilde, reconoce que la vida que le ha tocado vivir no ha sido fácil. Sin embargo, es esa vida dura, antigua, vinculada al campo, la que vuelve a emanar una y otra vez de sus composiciones: “Siento fascinación por ese mundo de antaño, no lo puedo evitar”, reconoce Carmen mientras pasea entre sus obras. “La recogida de la aceituna, la miel, la vendimia... en definitiva, reflejo el mundo del ayer, todo lo que no veo ahora. Es una vida que echo de menos. No teníamos mucho, pero éramos felices con cualquier cosa”, dice la artista con cierta melancolía. Y es que, después de años viviendo por y para el barro, cree que ha llegado el momento de, por lo menos, poner un punto y aparte: “Nunca se puede decir con certeza, pero creo que esta exposición [la de Las Lagunas] va a ser la última. He trabajado mucho, he creado, he expuesto en Francia, Málaga, Madrid, Sevilla... el barro me lo ha dado todo y yo se lo he dado todo a él. Pero los años pasan y, desde hace ya un tiempo, no tengo ganas de vender y me falta ilusión”.
La pérdida de su cortijo por una serie de problemas legales supuso un importante revés para ella, ya que ese lugar, donde pasó la mayor parte de su vida, fue siempre su fuente de inspiración: “Mi ilusión hubiera sido hacer un gran museo en el cortijo, porque aquello ya lo era”, afirma emocionada.
No obstante, su trabajo las últimas dos décadas en la Casa4 4Museo de Mijas ha servido para insuflarle parte de ese ánimo que necesitaba: “Los años en la Casa Museo han sido muy bonitos. Yo he disfrutado mucho con los compañeros, hablando con los visitantes, explicándoles todo lo que teníamos allí. Hace algo más de un año llegó el momento de la jubilación, pero yo hubiera seguido otros veinte años más” [risas].
A pesar de estar jubilada o precisamente por ello, en estos tiempos, apenas ha trabajado el barro. Las últimas cerámicas con el sello Escalona han sido un relieve con la temática del vino (se encuentra en una bodega particular en la localidad zamorana de Toro), así como una composición con la plaza de los Siete Caños del Barrio Santana como protagonista. “Esta será probablemente mi última obra. Reconozco que cuando veo barro se me van las manos detrás, pero si hago algo, ya lo haré a título personal, para mí, no para vender o para exponer”.
Aunque está decidida a colgar las botas en lo que a cerámica se refiere, el espíritu creativo de Carmen parece tener que decir mucho todavía. Su nueva etapa, al margen de la realización de talleres de informática o de teatro, la encara con la literatura como compañera de viaje: “No es algo nuevo. Yo siempre he escrito, lo que pasa es que lo guardaba para mí. Ahora, unos amigos me están ayudando a desenterrar todos estos escritos y a darles continuidad en forma de libro”, explica la artista. “Son textos que he ido escribiendo a lo largo de estos años y que se refieren a mis cuadros, a la vida en el cortijo, a mis recuerdos”.
A caballo entre Las Lagunas y Coín, donde reside junto a su inseparable marido, habla del paso del tiempo con la certeza y la templanza que dan los años. Con modestia y naturalidad, Carmen cierra la entrevista encogiendo los hombros y reconociendo, que “ser artista no ha estado nada mal”. Ahora el barro se queda un poco más huérfano, esperando que tal vez un día, la mano que le dio vida vuelva a sentir el impulso de crear.
"El barro me ha dado la vida y yo he vivido para el barro"
El barro se cruzó en la vida de Carmen cuando tan solo era una niña. Aunque ha sido su gran pasión, la artista, autodidacta por definición, también se ha dejado tentar por la música (toca el acordeón), la fotografía (sale con su moto y capta el paisaje) o, incluso, por la pintura, que ha compartido con su hermano Pedro Escalona, considerado uno de los artistas españoles más influyentes de los últimos tiempos.
“Desde pequeños siempre nos hemos llevado muy bien. Jugábamos juntos, nos íbamos al campo a pintar el río, el puente... Luego, él se fue a estudiar Bellas Artes. A mí me hubiera gustado también, pero, en aquella época, las mujeres no solían estudiar”.
Carmen aún recuerda a su primer cliente, un médico de Fuengirola, Manuel García Verdugo, que le reveló que lo que empezó como una afición, podía convertirse en una profesión. Soñadora e imaginativa, siempre ha tratado de plasmar en sus obras la tranquilidad y la alegría del mundo rural andaluz, aunque, a veces, situaciones como la de los inmigrantes ilegales la han llevado a retorcer el barro y a componer figuras con rabia y fuerza en señal de denuncia.
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