Denominamos hambre a una situación de subconsumo alimentario o desnutrición, frecuentemente crónica, no obstante, puede presentar varios niveles de gravedad, bien una desnutrición moderada pero continuada, que atañe a amplios colectivos desfavorecidos, o bien tratarse de una situación extrema que puede desembocar en la muerte, que son las llamadas hambrunas.
El hambre ha sido fiel acompañante del largo viaje del hombre a través de la historia. Como fenómeno social ha existido siempre, en diferentes regiones y durante determinados periodos de tiempo. Las causas han sido de índole muy diversa, como resultado de malas cosechas, condiciones meteorológicas y climáticas adversas, o como efecto de la acción directa del hombre, han existido tiempos y lugares en los que literalmente la gente se moría de hambre, algo que aún hoy sigue ocurriendo. Pero lo específico del hambre de nuestro tiempo es que se delimita a determinados pueblos y zonas del planeta como algo endémico, siendo la mayoría de las veces motivos políticos y la falta de solidaridad humana las que impiden que se resuelva de una manera definitiva el desafío de acabar con el hambre en el mundo.
Desde la aparición en la década de los setenta del concepto “seguridad alimentaría” entendiendo como tal el derecho de las personas a tener acceso en todo momento a los alimentos adecuados en cantidad suficiente para llevar una vida activa y sana, las políticas de lucha contra el hambre han experimentado un avance que, aunque importante, es completamente insuficiente. El “derecho humano al alimento” recogido en diferentes instrumentos jurídicos internacionales, sufre un retraso en comparación con otros derechos civiles y políticos que han logrado un más amplio desarrollo en lo concerniente a su reconocimiento y cumplimiento. Concederle la categoría de derecho humano al alimento, y no de simple necesidad biológica, introduce un componente ético y político indispensable en la lucha contra el hambre. Si habitualmente se atribuía su motivo a la escasez de alimentos, al crecimiento demográfico o catástrofes naturales, este nuevo enfoque y análisis de la situación nos permite encontrar causas más cercanas al problema como pueden ser la discriminación de género, conflictos bélicos, o ineficacia política. Por tanto, las razones demográficas y climatológicas han dejado paso a las económicas o políticas.
El hambre se mantiene como una de las manifestaciones más intensas de la pobreza, del subdesarrollo y se vaticina un futuro complicado. Según valoraciones de la F.A.O. ochocientos millones de personas padecen hambre en el mundo y en las próximas décadas la situación se mantendrá en unas cotas cuantiosamente elevadas. Es así que en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación celebrada en Roma en 1996 y en el 2002, los dirigentes se comprometieron a reducir esta cifra a la mitad para el 2015. Además, los objetivos de desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas comprometen a los dirigentes mundiales a disminuir la proporción de personas que sufren hambre asegurando al mismo tiempo la sostenibilidad del medio ambiente. La situación como hasta ahora, mostrará fuertes diferencias geográficas, no todos los países tendrán poder adquisitivo para importar alimentos que alivien su déficit, con lo que sus ciudadanos más pobres seguirán cohabitando con el hambre. En este sentido, debemos pensar que las diferencias económicas entre países y grupos sociales irán creciendo, los más pobres verán empeorada su situación. La globalización y liberalización de la economía producirán un crecimiento económico a nivel mundial que paradójicamente perjudicará a los países más pobres, al carecer estos de ventajas competitivas en el mercado internacional. El cambio climático y la degradación medioambiental que el mismo conlleva, afectará a zonas tropicales y suelos frágiles, características que coinciden con zonas en las que está localizado el problema del hambre, donde campesinos y pastores explotan tierras marginales de escaso valor agrícola en muchos casos.
En definitiva, aunque nunca han existido tantos medios y conocimientos para terminar con el hambre, hoy falta el empeño político necesario para erradicarla mediante intervenciones capaces de asegurar el cumplimiento del derecho humano al alimento. En su lugar, se encomienda al mercado y al crecimiento económico la tarea de ir paliando el problema de los que la padecen, algo que para muchos no ocurrirá dado que la sufren precisamente por haber quedado excluidos tanto del uno como del otro. Sirva todo lo dicho para tomar conciencia de la verdadera dimensión del problema y para realmente darnos cuenta de la mayor de las virtudes que podemos apreciar en los alimentos, que es tener la fortuna de disfrutarlos.
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