Esa tendencia humana al hedonismo permanente es el motivo por el cual en todas las culturas y, a lo largo de la historia, encontrar la fuente del placer perenne ha sido uno de los objetivos fundamentales de la conducta humana. Dilatar la intimidad sexual, aumentar el deseo y elevar al máximo el rendimiento personal son aspiraciones que el hombre, genéricamente, ha perseguido con extraordinario esfuerzo.
Para ello, los filtros del amor, las pócimas y los brebajes elaborados con diferentes bebidas y alimentos destinados a tal fin por los hombres han sido diversos. Son los llamados alimentos afrodisíacos en honor a la diosa griega del amor, Afrodita. Nacida del mar y en una concha de perlas, motiva que las ostras, desde entonces, simbolicen la sensualidad y representen los genitales femeninos.
Sin duda, los alimentos, al igual que el sexo, se aprovechan en plenitud cuando todos los sentidos participan intensamente, convirtiéndose en un festín para el organismo entero. El conjunto de sensaciones, la satisfacción visual ante la combinación de colores, de manjares apetitosos, sus placenteros aromas, y las distintas texturas de los alimentos, predisponen a un estado de exaltación general propicio a la insinuación sexual.
Históricamente, las primeras noticias relacionadas con el efecto estimulante de algunos alimentos sobre el deseo sexual se encuentran en las escrituras más antiguas de la humanidad. Los primitivos humanos copulaban en los campos al creer que los cultivos compartían su fecundidad. El vínculo psicológico entre alimento y sexo es bien conocido en los círculos científicos.
En Egipto, una planta denominada mandrágora, era consumida por los nobles de la época para mejorar el rendimiento sexual y, a la vez, desinhibir a las más conservadoras cortesanas. Se decía que cuando se ahorcaba a un hombre, éste eyaculaba y la mandrágora saltaba de la tierra donde caía el semen.
La bella Cleopatra suavizaba su cuerpo con baños en leche y seducía los paladares de su lista de amantes con una fina confitura de miel y almendras vertida en partes estratégicas de su joven cuerpo.
En la mitología griega, Príapo, dios rústico de la fertilidad, tanto de la vegetación como de todos los animales vinculados con la vida agrícola, es un personaje puramente fálico. Era adorado como protector de los rebaños de cabras y ovejas, de las abejas, del vino, de los productos de la huerta e, incluso, de la pesca. Príapo pesaba las hortalizas del huerto con una balanza de dos platos, confrontando lo producido con el peso de su portentoso miembro. Cuantos más vegetales se cargaban en el plato, más ascendía el miembro viril.
El filósofo Aristóteles realizó algunos estudios acerca del efecto afrodisíaco de las cantáridas, insecto más conocido como mosca española. Los romanos ya conocían las propiedades afrodisíacas de las frutas y hortalizas y, seguramente, la relación entre el consumo de estas y la virilidad. La abundancia en la cosecha también era prueba de la fertilidad y virilidad del agricultor. Como saben los agricultores, el perejil es una semilla más difícil de germinar que otras, y era considerado más varonil quien tuviera mejores éxitos con esta hierba.
Durante la Edad Media, la cocina orientada a incrementar la líbido estaba particularmente relacionada con la condimentación de los platos. Las recetas intensamente especiadas y preparadas con apio, cebolla, nuez moscada o pimentón, provocaban un aumento de la temperatura corporal con los consiguientes sudores y palpitaciones. Una respuesta perfectamente normal de nuestro organismo que las mentes más inquisidoras tachaban sin dilación de insulto a la moral y de pecado de lujuria.
También la forma de los alimentos animaba la imaginación para ver más allá de un conjunto de nutrientes y calorías, formas que recuerdan a los genitales, tanto de hombres como de mujeres. La analogía resulta fácil, si es alargado es un pene y si es ancho y redondo, es una vagina. De esta forma, las similitudes fálicas comienzan con frutas como el plátano, o plantas como las raíces de mandrágora, y continúa con verduras y hortalizas, como el espárrago, la zanahoria o el nabo.
El marisco y el sexo femenino enlazan sus formas para convertir las ostras, las almejas e, incluso, los berberechos en los exponentes gastronómicos del placer en un acto que empieza en la mesa y termina en un lecho de amor y placer. Por extensión, ya se consideran estimulantes hasta las angulas y los langostinos. En las bebidas, una buena copa de vino tinto o las punzantes burbujas del champán pueden guardar la promesa de una noche de pasión y desenfreno. El apogeo del hechizo erótico llega con los postres, fresas con nata, higos, uvas o cualquier plato de pastelería en el que esté presente el chocolate, verdadero rey de la excitación.
De todos modos, hemos de decir que la imaginación vestida de acto de fe es el afrodisíaco más potente y así lo expresa Salomón en ‘El Cantar de los Cantares’: “Tus labios, esposa mía, son como panal rezumante, hay miel y leche bajo tu lengua y tu ropa tiene el olor del incienso.”
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