Si buceamos en Internet, nos encontramos con que los principales casos de trastorno de apego, un término muy poco extendido entre la sociedad, se dan en niños que han pasado por procesos de adopción, acogimiento, abusos u hospitalización en sus tres primeros años de vida, lo que ha provocado que no se haya podido generar un apego seguro con los cuidadores primarios en la infancia temprana. Sin embargo, cada día conocemos más casos en los que no se producen estos catalizadores. Uno de estos casos es el de Aritz, un pequeño mijeño de 6 años. “Ya éramos padres de dos niñas y deseábamos el niño, así que cuando nos dijeron que traía mellizos, la alegría fue doble”, comenta la madre de Aritz, Biotz.
“Pero desde que nació dio muestras de ser demasiado inquieto y con mucho genio; cuando a los cuatro meses fue a la guardería con su hermana, las monitoras nos decían que apuntaba maneras; de hecho, casi estuvo a punto de escaparse del centro saltando una valla”, prosigue Biotz, quien relata que “era imposible salir a la calle con él y menos hacer algo tan sencillo como la compra en el supermercado”. Según la madre, “no podíamos decirle a algo que no, se enfadaba muchísimo, la más pequeña cosa se convertía en un mundo, nosotros no entendíamos nada de lo que le pasaba”.
En la guardería, las profesoras les recomendaron llevarlo a pediatría. “Nos decían: es un caso súper claro de TDH y tú empiezas a buscar en Internet, lees libros, investigas y te das cuenta de que hay similitudes, pero crees que lo que tienes es al típico niño tocapelotillas con el que hay que tener más paciencia y enseñarle”, recuerda.
Y al entrar al colegio, “todo explotó”. Acostumbrado a estar con su hermana, no solo debe cambiar de lugar y cuidadores, además lo separan de su melliza. “Estos niños no llevan nada bien los cambios y si ya es estresante para un pequeño pasar al colegio y que lo separen, imagínate para un menor con trastorno de apego”, añade Biotz, quien asegura que “se le transformó el carácter, han sido los de Educación Infantil los años más duros para todos”.
Aritz se negaba a entrar, pataleaba, lloraba, no parecía él. “Les pedí que, al menos, lo dejaran en la misma clase que su melliza, pero se negaron, dijeron que esas eran las normas”, aclara la madre, quien también asume que “me alegré por la hermana, ya que así ella pudo despegar un poco, conocer más gente”. El primer mes, señala, fue “muy duro; después, empezó a desenvolverse en clase”.
Ahora, tres años después, “está empezando a limar su carácter”, manifiesta Biotz, quien comenta que la palabra no ha tenido que desaparecer en casa. “Los especialistas te van explicando que estos pequeños llevan muy mal la negación, que hay que separar la acción de las personas para no devaluar aún más su autoestima o que hay que desmenuzarles las acciones; en vez de decirles vístete hay que decirles ponte el pantalón y después, ponte la camiseta y así”, explica.
Un duro proceso
En primer lugar, los padres que deben hacer frente a estos casos no solo no están preparados, sino que además no hay información clara, concisa ni bien documentada sobre este trastorno, que clínicamente es confundido con otras patologías. “Hasta llegar a la Unidad de Salud Mental Infantojuvenil de Málaga, la USMI, y que el psiquiatra Álvaro José Doña Díaz lo viera, nuestra vida ha sido toda una odisea”, matiza el padre de Aritz, Todor, quien cuenta que, hasta llegar a él, lo han visto nueve especialistas, “cada uno en una rama distinta y con un diagnóstico diferente”.
Según Biotz, “el peor diagnóstico, sin lugar a dudas, fue el del neurólogo infantil del Hospital Costa del Sol, quien le mandó con cuatro años y medio medicación por un tiempo de nueve meses, que fue cuando nos dieron la siguiente cita”. Durante este periodo, Todor y Biotz afirman haber pasado la peor etapa de sus vidas.
“Lo medicó para una enfermedad que no tenía, sin un seguimiento continuado cada poco tiempo, con un medicamento que no se podía dar a menores de seis años y cuyas contraindicaciones eran brutales, lo que desestabilizó muchísimo a Aritz”, confirma su padre. Aquello coincidió con el peor trance escolar. “En el colegio lo notaron muchísimo, lo pasaron muy mal, el mayor número de partes del niño es de aquella época”, informa Biotz.
Desesperados, acudieron a atención temprana en Fuengirola. “Yo llamaba a todas las puertas; si me decían ve allí, allí que íbamos”, exclama Biotz. “Les expusimos el problema de la medicación y les enseñamos el informe de autolesión del niño y los partes escolares; entonces, nos dijeron que nos iban a coger pero por lo privado y la psiquiatra nos firmó la retirada de la medicación; un año estuvimos yendo a esta profesional y un logopeda”, rememora la madre.
En este tiempo, “nuestro objetivo”, destaca, “era que pasara a Salud Mental de Las Lagunas y, de ahí, a la USMI”. Con los informes de la psiquiatra regresamos a la pediatra y le pedimos que nos derivara. “Todo era muy lento, las citas que te dan, la burocracia de unos y otros informes y, cuando por fin lo ve el psicólogo de Salud Mental de Las Lagunas se da de baja por un accidente”, cuenta.
“El día que llegué a la siguiente consulta y vi a una sustituta me derrumbé, me hinché de llorar, ya no podía más, todo esto estaba acabando conmigo”, suspira Biotz, quien no puede evitar que las lágrimas asomen a su rostro al recordarlo. “Yo creo que aquella mujer, al vernos tan angustiados y hechos polvo, nos ayudó; ella fue quien nos tramitó su pase a la USMI”, continúa.
En este proceso, Aritz ha pasado por diferentes evaluaciones médicas. “Es un trastorno muy difícil de detectarlo”, afirma Todor, quien comenta que, “por último, le diagnosticaron un trastorno desafiante negativista; pasamos de un TDH a un trastorno sin ubicar”. Pero fue una orientadora del colegio la que les indicó por primera vez que su hijo padecía trastorno de apego.
“El informe que ella nos hizo fue fundamental para que nuestro hijo llegara a la USMI, que es realmente la que está especializada con psicólogos, psiquiatras y neuropedagogos infantiles”, concluye el padre, quien resalta que gracias a ella también trataron a su hijo los profesionales del PTA, expertos en pedagogía terapéutica de audición y lenguaje.
Sin embargo, al llegar a la USMI empezó el cambio en Aritz y en ellos. “A mí también hacía falta que me ayudase alguien”, recalca Biotz, quien acudió a Servicios Sociales de Mijas “derrumbada”. Para Todor, “han sido cinco años muy largos, con mucha angustia y desesperación, pidiendo ayuda en todas partes”. Ambos agradecen el trabajo de este departamento y, en especial, de su concejala, Mari Carmen Carmona (C’s), de quienes destacan “su calidad humana” principalmente. “Mari Carmen me presentó a Cristóbal Moreno, presidente de ADIMI, y él a Javier Herrera, presidente de Petales”, manifestó Biotz.
Desde esta área municipal, les recomendaron ir al psicólogo primero por separado y después juntos. “A mí me costó más, pero me abrieron los ojos y me enseñaron a ver las cosas desde otro punto de vista; yo tengo un carácter más estricto y además me he criado en una cultura distinta, soy ruso”, subraya Todor, quien añade que “yo tampoco asumía que mi hijo tuviera un trastorno impulsivo emocional, que fuera distinto, que se comportase diferente”.
Tanto Biotz como Todor señalan que estas terapias más las de la USMI han contribuido de manera positiva. “Este ha sido el primer verano que mi hijo ha estado más tranquilo, estamos llegando a un punto de equilibrio; es más, no quería que empezara el colegio, pero ahora estoy muy contenta porque su nuevo profesor, Daniel, se preocupa mucho por él”, declara la madre.
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