Adriana tiene solo tres años y ya se lo nota cierta soltura en el agua. Empezó acercándose a la piscina con “pánico”, pero poco a poco se ha ido soltando, asegura su padre, Carlos de la Torre, quien acompaña a la pequeña en todas las sesiones desde que su mujer está embarazada. “Veo bien que nade ahora que es pequeñita para que se vaya desenvolviendo en el agua. Desde el verano ha mejorado bastante”, añade el progenitor.
Adriana es uno de los niños de entre uno y cuatro años que asisten a las clases de natación para bebés que se imparten en la Ciudad Deportiva Las Lagunas. Teresa Cortés, monitora de estos cursos, asegura que se trata de una experiencia “gratificante” en la que intentan transmitir sus conocimientos a los más pequeños, que, siempre, deberán estar acompañados por un adulto “que tenga independencia en el medio acuático”.
Para muchos, la piscina climatizada es su primer contacto con el agua, aunque, en ocasiones, son los padres los que presentan miedos o reticencias al medio acuático, ya que hasta los tres años el pequeño no tiene percepción del miedo. No obstante, no hay por qué preocuparse, ya que tanto el bebé como el adulto llevan un cinturón con espumas para que puedan estar en el agua de forma segura y conforme los bebés van adquiriendo soltura, estas van desapareciendo de su cinturón. Además, también se utilizan “accesorios para el aprendizaje” como tablas, churros o pelotas, apunta la monitora.
El objetivo es que sepan flotar, desplazarse y que tengan autonomía en el agua Sin embargo, aunque parezca que el objetivo es que los niños aprendan a nadar, lo que se persigue realmente en estas clases de natación es que el pequeño “sepa flotar, desplazarse y que tenga autonomía en el medio acuático”. “Buscamos, principalmente, que aprendan respiración en el agua, por eso le ayudamos a que soplen. La mayoría ya han soplado las velitas y los inducimos por ahí para que aprendan a soplar en el agua. Con el churro buscamos la flotabilidad y las tablitas las usamos cuando desconocen el agua porque les da un poco de seguridad”.
Todo ello acompañado de numerosos beneficios psicológicos y motrices. En este sentido, Teresa Cortés apunta que los bebés mejoran su movilidad porque “con un añito o dos años todavía no tienen esa independencia ni esa autonomía que le aporta el agua”. Otra ventaja es que aumenta la complicidad que tienen los padres y los hijos, fomentando sus vínculos.
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