El vino siempre ha acompañado con éxito tratos y apaños. Terceras, celestinas, trotaconventos, comadres, encubridoras, encandiladoras, enredadoras, soplonas, chismosas, alcahuetes, correveidiles, intermediarios, mediadores y terceros han salido airosos de sus múltiples lances gracias al báquico etílico.
Dipsas, la gran alcahueta del mundo clásico, acometía sus encargos celestinescos con buenas raciones del dionisíaco jugo. De este modo la describe Ovidio en su libro ‘Amores’:
“De los lazos y telas que ata y trama/le vino el nombre que tan bien le viene/de alcahueta y hechicera fama.
Gran mando el sacro Baco en ella tiene:/jamás vio sol que no se hallase llena/del falerno licor que la entretiene”.
En estos versos Ovidio hace hincapié en su afición excesiva al vino y, sobre todo, en sus artes de hechicera. Recordemos que Dipsas es un nombre parlante, pues procede del verbo griego dipsáo, ‘tener sed’. De ella viene dipsomanía: Tendencia irresistible al abuso de las bebidas alcohólicas y dipsómano sinónimo de alcohólico.
La Celestina no le va a la zaga en su afición al morapio, así lo cuenta Fernando de Rojas en su celebérrima novela: “Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque quien la miel trata, siempre se le pega de ella”.
Ella escanciaba para sus negocios, pero también lo hacía para su propio consumo porque sin haber realizado ningún estudio científico sobre las cualidades del vino nuestra famosa alcahueta tenía formado criterio al respecto al afirmar “esto me calienta la sangre; esto me sostiene continuo en un ser; esto me hace andar siempre alegre; esto me para fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año.”
Nuevamente aparece la intermediaria escanciadora, oficio éste que viene de lejos, sólo recordar a Hebe “ la divina escanciadora” y Gamínedes que raptado por Zeus fue llevado al Olimpo al que se le encarga el trabajillo de llenar de ambrosía las copas de oro de los inmortales.
La intermediación es facilitada por la ingesta de caldos, siendo el vino el más apreciado, por ello el oficio de escanciador o de escanciadora se convierte en el arte del arbitraje por antonomasia.
Nada más efectivo que servir vino para entrar en calor: “Poneos en orden, cada uno cabe la suya; yo, que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo”. De esta manera tan gráfica nuestra célebre encandiladora Celestina concita a los jóvenes al encuentro amatorio.
La tercería no es sólo oficio de mujeres. Nuestro Quijote refiere una de alcahuete en la Aventura de los Galeotes: “Y la culpa porque le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete y por tener asimismo sus puntas y collar de hechicero”.
La cosa no queda ahí, y más adelante el ingenioso hidalgo prosigue con su febril relato, “el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador”.
Curiosamente hoy la tercería es utilizada cada vez con más frecuencia en caso de separaciones, es decir en el caso contrario del inicialmente previsto. La mediación matrimonial elevaría a la alcahuetería al rango de profesión liberal. Algo que nace para unir, ahora se utiliza para separar, uniendo, paradojas de la vida.
Las dueñas juegan un papel importante en las tercerías. Ellas, viudas o solteronas de alta cuna, venidas a menos, se incorporan al servicio de damas de alta alcurnia, principalmente jóvenes para aconsejarlas y valerlas. En el Quijote aparecen varias dueñas singulares, por un lado la dueña Rodríguez, en la casa de la duquesa, y por otro la dueña Quintañona.
Me referiré especialmente a la dueña Quintañona que fue la medianera entre Lanzarote y la reina Ginebra, “habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino de que tuvo la Gran Bretaña”, recuerda D. Quijote en su discusión con el canónigo en defensa de los libros de caballería que el clérigo repudia.
La dueña Quintañona es un personaje ajeno al mito artúrico que aparece en la gran novela procedente del acarreo histórico que supone la tradición del romancero español. El libro “El romancero viejo”, de M. Díaz Roig, acota el término y aclara: “La intervención de la “dueña Quintañona”, sin embargo, es aportación del romancero castellano, cuya versión más conocida prosigue los versos que se citan más abajo:
“Que dueñas curaban de él/doncellas del su rocino./Esa dueña Quintañona,/ésa le escanciaba el vino,/la linda reina Ginebra/se lo acostaba consigo”.
En conclusión, el recorrido que hemos delineado de la alcahueta al alcahuete, pasando por las dueñas, demuestra que el tema de la tercería está directamente vinculado a la tradición clásica, recogida por la literatura española, por su romancero y refrendada por la parodia cervantina. Ahora bien, el elemento que facilita la relación y predispone a la finalización exitosa de la obra iniciada no es otro que el buen vino del que siempre tenían acopio nuestros personajes medianeros.
Por ello quisiera terminar con las palabras del poeta medieval Gonzalo de Berceo, permitidme la licencia y haciendo como buen vecino terminad conmigo con un buen vaso de “bon vino”.
Comparte esta noticia desde el siguiente enlace: https://mijascom.com/?a=6187