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Viernes 03/05/2024

Actualidad

Extraña soledad

Tengo cuarenta y dos años y quiero para mí la dureza de una roca. Son las 12 de un domingo caluroso, de esos que si medio cierras los ojos, ves como el horizonte con su gente humea.

Tengo cuarenta y dos años y quiero para mí la dureza de una roca. Son las 12 de un domingo caluroso, de esos que si medio cierras los ojos, ves como el horizonte con su gente humea.

Voy de la mano de Jorge caminando, hablando de nuestras cosas, sintiendo el agua, rozándonos el murmullo, participando de la apariencia festiva de la vida, y sintiendo un vacío insondable y prácticamente intransitable hasta ahora.

A nuestro paso vamos dejando atrás familias aglutinadas bajo una sombrilla, parejas dándose un remojón, niños haciendo castillos, gente animosa jugando a las palas.
Ya no podía más. Me flaqueaban las fuerzas y el dolor empezaba a oprimirme el corazón. Un nudo por la traquea. Sensaciones extrañas en el estómago. Una forma poco delicada de sentir mi cuerpo.
Y si levantaba la mirada del suelo, más gente. Familias comiendo de taper, gente en silencio cada una en su mundo mientras caía un sol ensordecedor, gente en una silla encerrada en un libro, gente de pie en la orilla charlando mientras el agua golpea sus tobillos y entierra sus pies.

Él me habla cariñosamente, con ingenuidad, con alegría, con el entusiasmo de un primer día de vida.

De repente un remolino de sentimientos y emociones me tumba. Y allí, en medio del gentío, de la mano de Jorge, estaba yo sola.

Yo sola con lo que quería hacer, lo que tenía en la cabeza, tratando de darle una forma más que soportable a mi vida. Una extraña sensación de aislamiento.
Una vez más deseaba no sentir, me gustaría ser cualquiera de las piedras que estaba pisando esa misma mañana. Pero no me podía permitir dudar, yo pertenezco a la fragilidad de la vida, y no a la dureza inerte de la piedra.

Ya no había ningún retorno al pasado, podía entregarme al lamento silencioso o escandaloso, podía trazar un plan alternativo. Algún margen de maniobra habría.
Lo sé. En este instante de pasión maligna estoy renunciando a la forma única, genuina y particular de sentir la vida, a mí.

Jorge y yo seguimos caminando entrañablemente, él era el principal motivo por el que yo podía seguir caminando. 

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