Muchas veces vamos paseando tranquilamente y vemos una gran cola, ¿qué es lo primero que pensamos? ¡¿Qué estarán regalando?! Hay gente que sea lo que sea, haga frío o calor, si es gratis, ahí está.
Gente que lo gratis lo quiere solo por ser gratis, aunque no le sirva, aunque le haga mal, aunque le suponga invertir mucho tiempo, aunque tenga dinero para pagar otra cosa y que le haga mejor. Si es comida, se la come aunque no le guste mucho o no le convenga para su salud. Si es una camiseta la coge aunque la vaya a tirar, o no sea su talla, o no sepa ni para qué la quiere.
Hay degustaciones gratis, empresas que ofrecen tratamientos gratis, eventos culturales gratuitos, y otras cosas que a cada uno se les estará ocurriendo en este momento. En todos los casos, lo que hay que tener en cuenta es que aunque se ofrezcan cosas gratis, tienen un coste y un valor, aunque no tengan precio.
El costo es la inversión de tiempo, dinero y materiales que supone elaborar un producto o prestar un servicio. El precio es la suma del costo más la ganancia que se desea obtener. Y el valor es un indicador subjetivo, y está en función de lo que aporta el producto o el servicio.
Muchas personas se sienten atraídas por lo gratis y, de entrada, rechazan las cosas que cuestan algo, o con precios elevados, ¿qué puede justificar un comportamiento así? Economías muy bajas, pero sobre todo gente que no tiene en cuenta el valor de las cosas. “Sólo el necio confunde valor y precio”, decía Antonio Machado.
Cuando vamos a comprar algo o a contratar un servicio, lo primero que hacemos es preguntar “¿cuánto vale?” Lo que estamos preguntando es el precio que tiene, cuánto cuesta. En muchas ocasiones el precio no suele reflejar su valor.
Teniendo en cuenta este matiz, a la hora de tomar una decisión en una compra o a la hora de contratar un servicio, habría que tener más cosas en cuenta además del precio. Hay que tener en cuenta el beneficio personal de comprar o contratar algo.
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