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Sábado 23/11/2024

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Habas contadas

Probablemente el origen de esta planta se sitúe en Asia Menor y el Norte de África. Esta leguminosa, es conocida desde tiempos remotos,

Probablemente el origen de esta planta se sitúe en Asia Menor y el Norte de África. Esta leguminosa, es conocida desde tiempos remotos, según se deduce de los hallazgos datados en el Neolítico, y sirvió como alimento al hombre de esa época en la cuenca mediterránea. Desde los orígenes del hombre en las culturas mediterráneas, el simbolismo enigmático de estas sencillas legumbres es realmente asombroso.

En las sociedades primitivas eran consideradas como el germen mineralizado del sol a través del cual la tierra concedía a los hombres sus frutos más profundos y nutritivos. Era conocida por los antiguos egipcios como una planta impura debido a la creencia de que escondía las almas de personas fallecidas. Según la misma convicción, habría sido suficiente echar una mirada a las habas, cuya vista los sacerdotes no podían soportar, para causar una desgracia en el más allá.

En Egipto los campos de habas eran el “Ka”, la antesala donde los muertos esperaban su turno para surgir a la luz y reencarnarse de nuevo. Los hebreos la conocieron y la cultivaron, junto con la lenteja, según nos relata el libro del Rey David. La llamaban “gre”, que también quiere decir rumiar, indicándonos que se empleaba en la comida de los rebaños. Los pastores nómadas cuya subsistencia dependía de los rebaños, eran llamados despectivamente “comedores de habas”.

Los griegos, las cultivaron y consumieron, y del mismo modo que los egipcios le asignaban vinculaciones con los difuntos. También utilizaron habas secas para votar determinados castigos a sus conciudadanos. El médico griego Pedaneo Dioscórides de Anazarbe, nos habla de las habas a las que atribuye diversas virtudes medicinales.

La expresión “son habas contadas" se gestó en el seno de las sociedades masónicas, que se valían de habas tintadas para dirimir discrepanciasSegún la escuela de Pitágoras, sus flores llevan la marca del infierno. Cuenta la historia que el matemático griego siendo perseguido por sus enemigos y desafiando los malos presagios que suponían pisotear a los difuntos, cruzó un campo de habas y todos sus discípulos desterraron ya la creencia. Plinio, aun apartándose del carácter desmitificador de los pitagóricos, aceptaba la vinculación de las habas con los muertos, pero le confería un aspecto positivo al imputarles poderes para comunicarse con los parientes difuntos, y así en las bodas les tiraban habas a los novios para que fecundasen hijos varones que reencarnarían las almas de sus antepasados.

Los romanos, que la llamaban “faba” no consiguieron librarse de la creencia. Por tal motivo en los días consagrados a Júpiter, no se permitía comer ni nombrar a las habas, consideradas alimento funerario, y por tanto de mal presagio. Aún hoy, los dulces con forma de haba se comen en Italia en el día de los Fieles Difuntos.

En las llamadas “fiestas saturnales” que se celebraban en diciembre se elaboraban unas tortas redondas, con un premio dentro, destinado a esclavos y consistía en un haba en el interior de la torta, para quien la encontrase, la recompensa era ser liberado durante el espacio de tiempo que durasen las celebraciones. Posteriormente la Iglesia transformaría el espíritu inicial de la fiesta de tal modo que en diversos lugares de Francia la figura del “rey haba” recaía sobre el niño más pobre de la ciudad.

En lo que atañe a la elección de un rey, los laicos no quisieron ser menos que los eclesiásticos. Cada familia quiso tener su rey, cuyo nombramiento se entregaba a la suerte. Se inventó uno especial para la Epifanía, conteniendo un haba. Quien recibía el pedazo en que ésta se encontraba, era proclamado rey.

En la Edad Media, sólo se empleaban en la alimentación animal. En esa época se sustituyó el tradicional barbecho por la siembra de habas, eran un alimento de la clase baja, de ahí  la expresión “no vale un haba”. Hubo ocasiones en que los panaderos debieron cumplir la orden de amasar su pan con harina de habas por escasez en las cosechas de trigo. Clemente de Alejandría, afirmaba que su ingesta provocaba esterilidad. Para San Jerónimo, eran afrodisíacas. En una epístola, prohibió las habas a las religiosas para evitar cosquilleos genitales.

Demasiado presentes en épocas de hambre y en la Cuaresma, las habas, vieron decrecer su popularidad en la época medieval, cuando se consumían secas. Recuperaron el aprecio de los consumidores, cuando al imponerse su consumo en fresco durante el siglo XIII, alcanzaron la sofisticación de los platos con carne que se sirvieron en el periodo renacentista. San Alberto Magno, que difundió su consumo, decía que era una verdura humilde pero nutritiva.

Siglos más tarde, las habas se incorporarían al ritual de grupos secretos y clandestinos. No en vano, la expresión “son habas contadas” se gestó en el seno de las sociedades masónicas, que se valían de habas tintadas para dirimir sus discrepancias mediante sufragio.

Espero que estos aspectos del haba os hayan resultado interesantes, al contrario del modismo existente en Andalucía del llamado “cuento de la haba que nunca se acaba” relato que parece ser prometedor y que acaba siendo repetitivo, interminable y aburrido. Cuento en el que no se cuenta nada y que se agota en sí mismo como recurso expresivo. Es la razón por la que se usa este modismo para aludir a un asunto cuya solución no parece tener fin por una serie indefinida de demoras en cuanto a su conclusión. Por el contrario este ha llegado a su punto final.

 

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