El conejo, sabemos de su existencia vinculada al ser humano desde los primeros tiempos. En principio habitaba en toda Europa como así lo demuestran restos fósiles, pero con motivo de la última glaciación se fueron desplazando hacia la Península Ibérica y norte de África, siendo en estas zonas donde comienza su historia de convivencia con el hombre.
Son ellos los que dan nombre a nuestro país, pues el termino España procede del latino Hispania, este a su vez es probable que derive de la expresión fenicia “i-spn-ya” cuyo significado es “tierra de damanes” debido al gran número de conejos que los fenicios encontraron a su llegada a la península. Si bien es cierto que al principio los confundieron con damanes, roedores de similar aspecto, habituales en Oriente Medio. Los romanos le dieron por tanto a Hispania el significado de “tierra abundante en conejos”.
Amado y odiado simultáneamente, puesto que su abundancia se traducía en la devastación de cosechas y su escasez en un desequilibrio del ecosistema, ya que son numerosas las especies esencialmente carnívoros que su densidad de población está estrechamente unida al número de conejos existentes, por ser estos su principal fuente de alimentación, pasando de esta manera a ser parte determinante en la cadena alimenticia del ecosistema en el que habitan.
Desempeñan de igual modo un papel importante con su actividad excavadora que favorece la ventilación, mezcla y renovación de los suelos. Además sus excrementos sirven de abono y nutriente, permitiendo el óptimo desarrollo de un gran número de plantas. Son transportadores de semillas contribuyendo de esta forma a la difusión de las especies vegetales. En general el conejo contribuye de forma muy positiva al equilibrio del ecosistema mediterráneo.
Su nombre proviene del latín “cuniculus” que era el nombre que le dieron los romanos a los túneles o galerías que hacían en el subsuelo para hacer sus madrigueras y esconderse.
Era tan abundante el conejo en nuestro territorio que Catulo, uno de los poetas más reconocidos del Imperio, para referirse a Hispania decía de ella en un tono tal vez peyorativo “cuniculosa celtiberia”.
Los romanos fueron los primeros que valoraron la importancia gastronómica del conejo, dando lugar a un primer desarrollo de la cunicultura o arte de criar conejos, para ello tenían recintos expresamente dedicados a dicha actividad que llamaban “leporarias”.
Era un animal muy apreciado en la cocina romana, siendo una gran fuente de proteínas. Por escritos de Apicio sabemos que se cocinaban ahumados o en salsa, constituían bocados exquisitos los embriones de conejo asados.
En la religión cristiana, el conejo, símbolo de fertilidad por lo prolíficas que son sus hembras, tiene un gran significado al final de la Semana Santa. Un protagonismo repartido con los huevos de chocolate decorados.
La tradición nos relata que cuando Jesucristo fue metido en el sepulcro, allí dentro se quedó encerrado un conejo que, muy extrañado y sin comprender lo que ocurría, advertía que todo lo que había a su alrededor era triste y penoso.
El animalito permaneció fascinado cuando presenció como único testigo la resurrección de Cristo. Corrió veloz para anunciar la buena nueva a su vecindad.
Ya que los conejos no hablan, utilizó el simbolismo de los huevos, que en la cultura egipcia representaban buenas noticias en función de los colores que mostrase su decoración. Por eso, cada Domingo de Pascua es costumbre obsequiarse conejos y huevos de chocolate entre padrinos y ahijados.
La costumbre del conejo de Pascua se remonta a las festividades anglosajonas precristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Easter, a quien se le dedicaba el mes de abril, sinónimo de noticias positivas en las culturas más diversas del mundo.
Desde las creencias orientales hasta la religión católica, allá donde aparece este animal, los hechos que se van a producir son buenos y el ambiente que se crea es muy favorable siendo signo de buena suerte.
Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, de donde es originaria la costumbre.
En un momento de escepticismo como la época en la que vivimos, la pata de conejo sigue siendo uno de los amuletos favoritos para atraer la buena fortuna. La noche del estreno de una obra de teatro, los actores se maquillan con una pata de conejo. Para desearle buena suerte en la vida, se frotaba la frente de los recién nacidos con una pata.
Los conejos también fueron vinculados con la oscuridad, la brujería y el demonio, por cobijarse en madrigueras bajo tierra, por lo que poseer la pata de un conejo como amuleto era signo de relación con fuerzas ocultas.
Otra creencia, originada en las islas Británicas antes de la llegada del cristianismo, mantenía que los conejos, como lo fueron los gatos en la Edad Media, eran brujas disfrazadas, y que sólo se podían matar con una bala de plata.
Que a pesar de las dificultades por las que atraviesa en la actualidad la población de conejos, debido a múltiples factores, tengamos la fortuna de que se recupere y continúe siendo esa parte tan fundamental en nuestro ecosistema, ¡buena suerte, conejo!.
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