Miedo a sufrir un ataque al corazón, a asfixiarse, a desmayarse, a perder el control y volverse loco. Miedo al miedo. Esos son algunos de los temores de los agorafóbicos, personas que padecen un trastorno de ansiedad especialmente relacionado con la multitud y los espacios abiertos, aunque no haya muchas personas en ellos.
El psiquiatra José María Porta Tovar explica que se trata de un trastorno de ansiedad, “que es la enfermedad y la madre de todas las fobias”. “En un 30% de la ansiedad se da la agorafobia y, en mayor medida, la claustrofobia”, explica el experto, que considera estos trastornos como “la manera que tiene el paciente de expresar su ansiedad”. En concreto, el agorafóbico “es una persona muy nerviosa, habla muy deprisa, no tiene paciencia y, además, tiene crisis de pánico porque no puede aguantar el bullicio”. Y es que el agorafóbico suele padecer también fobia social. Por estos motivos, “viven encerrados en su casa porque se sienten incapaces de ir al campo o a la playa... Tienen muchas limitaciones. No pueden aparcar en cualquier sitio porque separarse del coche es como adentrarse en el mundo y empiezan a sentir síntomas, como cosquilleo en el estómago, angustia...”, explica el experto, quien añade que estos “pacientes acumulan mucha ansiedad, por lo que tienen un temperamento explosivo y pueden tener contestaciones agresivas”.
Desde el punto de vista de la psiquiatría se medica al paciente agorafóbico Según Porta Tovar, la ansiedad “tiene un carácter hereditario importante” y, por consecuencia, la “agorafobia también”. Además, se “cronifica”. “Hay muchas enfermedades que no tienen cura, pero sí fórmulas para controlarlas y se puede llegar a tener una vida normal, a no ser que se llegue a casos extremos”, afirma.
Desde el punto de vista de la psiquiatría, la serotonina y otras sustancias químicas del cerebro tienen un papel importante en la agorafobia, por lo que los pacientes “necesitan tomar una medicación que arregle el desajuste que tienen”. “Si no se cura el trastorno, se controla”, matiza Porta Tovar, que especifica que hay trastornos más difíciles de controlar como el obsesivo compulsivo y otros, “más fáciles”, como la agorafobia, en el que el paciente puede llegar a tener la “sensación de peligro inminente de muerte”.
Miedo a salir a la calle
Para la psicóloga psicoanalista Genoveva Navarro, la agorafobia “tiene un origen psíquico que afecta al cuerpo”. Las consecuencias las describe igual que Porta Tovar: miedo a salir a la calle, a un centro comercial, al colegio. “No solo se limita a un espacio abierto, sino también a estar con otros y fuera de tu casa”. “Tienen miedo a un ataque de angustia, taquicardia, mareos, a cada persona se le puede presentar de una manera diferente”, resume.
Para Genoveva, el origen de la agorafobia está en la propia historia de cada uno, “que no esté bien encajada”. “Eso sale a flote y se agarra a ese malestar de salir a la calle”, añade. No obstante, “se puede llegar a superar”. “Desde el psicoanálisis esto tiene mejora y solución en tanto que el paciente muestre predisposición”, añade. “Puede desencadenarlo un episodio dramático o salir solo” y “puede aparecer a cualquier edad”, continúa Genoveva Navarro.
“Al principio es una sensación física, pero vas reduciendo la actividad por el miedo a que te vuelva a pasar. Cada vez sales menos, te vas quedando sin vida”. Para Genoveva, este trastorno es más frecuente de lo que se piensa, “solo que únicamente se acude a consulta cuando es grave”.
Historia de un agorafóbico
“Paciente agorafóbico con crisis de pánico en grado severo y de acción suicida, ansiedad intensa con taquicardia, mareo, irrealidad, pérdida de control, crisis de pánico, intensa dependencia de las cosas para las funciones más elementales de la vida, trastorno obsesivo compulsivo y temblor de la mano derecha”. Ese es uno de los muchos diagnósticos que Pedro Muñoz ha recibido a lo largo de su vida y que ponen de manifiesto uno de los trastornos que padece: agorafobia.
“Es una enfermedad desconocida, un sufrimiento que muchos que lo padecen no se atreven a afrontar. Yo sí, fui al psiquiatra en su día y me dieron la invalidez permanente absoluta porque es una enfermedad grave”, asegura este cordobés de 61 años, que ha recalado en Mijas huyendo de Barcelona en busca de “más tranquilidad”. “Si me da una crisis de pánico, se me paralizan los brazos, las extremidades... tienes miedo a perder el control, a volverte loco. Quieres salir corriendo”, explica.
No puedo ir a mercados ni campos de fútbol, a ningún sitio que haya multitud” La primera vez que pisó una urgencia por una crisis de pánico fue el 21 de noviembre de 1979 en la entonces Residencia Sanitaria Francisco Franco, pero no fue hasta finales de los 90 que le pusieron nombre a su sufrimiento y empezaron a tratarle.
“No puedo ir a mercados, no puedo ir a campos de fútbol, no puedo ir a un parque acuático, a ningún sitio que haya multitud. No me vas a encontrar en una discoteca ni en ningún sitio de esos”. “El miedo es que pueda aparecer una crisis de pánico por sorpresa”, afirma. En general ese miedo se relaciona principalmente con lugares abiertos o públicos en los que pueden presentarse aglomeraciones. Igualmente, se puede desarrollar por el miedo a que se vuelva a repetir una situación de pánico donde ya se dio. Por todo ello, cada vez el agorafóbico se va encerrando más y delimitando su movilidad. “Yo no tengo amigos”, afirma Muñoz, que admite que las crisis, en las que ha llegado a orinarse encima, pueden darle en cualquier lugar.
Pedro, al que también le han diagnosticado fobia social y trastorno obsesivo compulsivo, reivindica que la agorafobia sea conocida por quienes tienen que trabajar con ella como los servicios sanitarios o los sociales. En ambos lugares considera que los agorafóbicos deben ser atendidos con prioridad por las crisis que padecen.
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