A la hora de hacer las cosas por primera vez, sin pormenorizar demasiado, podemos encontrarnos con tres tipos de personas. Las que hacen las cosas muy seguros de sí mismos y no necesitan casi ni informase ni preguntan. Los que no hacen nada por considerar que no saben lo suficiente y no se atreven a preguntar. Y aquellos que con moderación van haciendo a la vez que se informan y preguntan.
Si eres de aquellos que pertenecen al primer grupo y te va bien, enhorabuena, me alegro mucho. Si eres del segundo grupo, te aconsejo que visites a algún terapeuta para que tu vida esté dotada precisamente de más vida y no de tanta inhibición. Y si perteneces al tercer grupo, tengo una curiosidad que plantearte: ¿cómo te informas y a quién eliges para preguntar?
Según dónde y con quién nos informemos, obtendremos un tipo de respuestas u otras. Si quiero hacer una dieta no es lo mismo que me oriente mi vecina, que me oriente un médico endocrino, o un experto en nutrición celular. O si quiero saber sobre asuntos de educación no es lo mismo que me dirija a mi suegra, que me dirija a un pediatra, o que me dirija a un psicólogo. O si quiero tramitar una ayuda económica no es lo mismos si me informa mi cuñada, que si me informo directamente en el organismo competente. Cada uno de ellos tiene una formación y una experiencia distinta, y es responsabilidad de cada uno de nosotros saber a quién nos estamos dirigiendo. ¿Y tú, cómo lo haces?
En función de lo que quieres obtener y del modo en que lo quieres conseguir, tendrás que dirigirte a un sitio u a otro. Pero para asumir esa responsabilidad –esa cuota de participación en la propia vida- es necesario tomarse el trabajo de pensar las cosas. Y la verdad es que no estamos muy acostumbrados a pensar. Estamos más acostumbrados a obedecer y echar la culpa a los demás de cómo nos va. ¿Y tú, cómo lo haces? Todavía estás a tiempo de hacer las cosas de otro modo.
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