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Lunes 01/07/2024

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Molinero, un oficio de antaño

Rafael González es uno de los últimos molineros que ha dado Mijas a una industria ya desaparecida desde hace décadas pero que aún pervive en la memoria de quienes la conocieron y vivieron de ella

Corría el año 1940 cuando un chiquillo de 14 años que acababa de terminar la escuela se dedicó al oficio de su abuelo y de su padre. “Mi abuelo le compró a mi madre por 7.000 pesetas de la época un molino de harina que había en Las Pavitas y media fanega de tierra”, rememora Rafael González Jiménez, que atesora en la actualidad 89 años.
Era el quinto de seis hermanos y un apasionado de los toros, afición que heredó de su padre, de quien -asegura- aprendió todo. “Estuve unos 30 años trabajando de molinero”, comenta. Su jornada empezaba bien temprano. Cogía un burro e iba por las casas de campo recogiendo el trigo y lo llevaba al molino, donde hacíamos la molienda para sacar la harina. “Al día siguiente, la llevaba a los clientes, para que la cocieran en sus hornos e hicieran el pan, y cobrábamos 15 pesetas por una fanega de trigo, que eran unos 30 kilos; si no tenían con qué pagarnos nos quedábamos con parte del trigo o de la harina, eso es lo que llamamos la maquila”, señala.
Son muchas las anécdotas que vivió; entre otras, rememoró cuando iba hasta la costa: “No existían ni Las Lagunas ni La Cala como hoy día y entonces se trillaba mucho en La Vega, lo que hoy es el centro de Las Lagunas, y yo bajaba hasta Fuengirola por 9 duros con mi burro por la carretera, un camino que usaban los dos únicos coches que había en Mijas, uno de ellos funcionaba con gasógeno, con leña”.
A los 20 años se fijó en quien, a la postre, sería su mujer: María Leiva. “Su padre, Juan, tenía una panadería en la calle San Sebastián y me enamoré de ella descargando el burro, cuando la vi me quedé prendado y empezamos a salir un poco a escondidas, por las cosas de la época, y ya llevamos juntos casi 70 años”, asegura.
Rafael González estuvo unos 30 años trabajando de molinero y otros 18 como panadero Según Rafael, en aquellos tiempos solo había 6 panaderías en la villa. De hecho, después de tres décadas en el molino familiar y de trabajar brevemente como peón en la construcción de un chalé y de molinero en otra aceña de la zona, fue contratado en la panadería de Francisco González. “Creo que eran los años sesenta cuando subió el agua a Mijas y además se dejó de trillar como antaño, se empezaron a construir casas en Las Lagunas y La Cala y ya no había tanto trabajo; así que me metí a panadero, estuve unos 18 años hasta que me jubilé”, indica.
Actualmente, es fácil encontrarnos con Rafael paseando por las calles de Mijas Pueblo y, sobre todo, visitando la recreación que existe en El Compás de un molino de harina tradicional, donde le gusta charlar con Antonio García, responsable de abrir al público estas instalaciones, y con los turistas. Es más, en el momento de la entrevista llegó un grupo de alemanes y su guía, que ya le conoce, les explicó que habían tenido la suerte no solo de conocer un antiguo molino de harina, también a uno de los tres molineros que hoy día quedan en Mijas.
Sin duda, una persona entrañable a la que todos sus vecinos conocen y saludan a su paso. “A mí me encanta mi pueblo”, dice mientras me despido de él a las puertas de su vivienda, en su apreciada calle San Sebastián. 

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