Escucho a mucho padres, no en consulta, sino en cualquier conversación cotidiana, asombrados, malhumorados, alarmados, o cabreados porque sus hijos son muy cabezotas. Esto me pone a pensar rápidamente y a indagar las cuestiones por las que a un padre su hijo le resulta un cabezota: “Por que no se quiere poner la ropa que yo digo”, “porque no come lo que yo le digo”, “porque no hace las cosas cuando yo le digo”, “porque siempre quiere hacer las cosas cuando él quiera y no como yo le digo”.
Nuestros hijos son personas con sus propios gustos e intereses. Los padres tienen miedo de que sus hijos hagan lo que quieran, muchos temen que sus hijos acaben tomándose la ley por su mano.
¿Eres tú de los padres que tienen miedo de que su hijo acabe haciendo lo que quiera? ¡Tu hijo tiene que hacer lo que quiera! Pero eso no hay que confundirlo con falta de respeto ni libertinaje. Nuestros hijos no son nuestros soldaditos que tenga que cuadrarse y cumplir ordenes. Son personas a las que también hay qué respetar y escuchar. Sí, escuchar desde que nacen. Escuchar qué quieren y ver que se puede hacer con eso, cómo conjugarlo con los valores familiares y los propios gustos de los padres. Nadie dijo que ser padre fuese fácil.
Habría que distinguir entre los valores familiares y los gustos personales de los progenitores. Por ejemplo, si no quieres que tu hijo se vista con un pantalón de rayas y una camiseta de cuadros, ¿le estás transmitiendo un valor o se trata simplemente de un gusto tuyo personal? Y también habría que tener clara la diferencia entere hacer lo que uno quiere –algo que apunta a la satisfacción-, y hacer lo que a uno le da la gana –algo que apunta a lo incontrolable y que puede generar sufrimiento-.
Muchas pequeñas reyertas cotidianas, sobre todo entre madres e hijos, acabarían si se respetase un poco más los gustos de nuestros hijos.
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