Hablar de discapacidad, contrariamente a lo primero que se nos puede venir a la cabeza, es hablar de Fuerza, con mayúscula y énfasis en la entonación. Podemos afirmar, que en el ámbito deportivo, cultural, laboral y social, son estas las personas que proporcionalmente, si pudiéramos homogeneizar los rendimientos de unos y otros (con los no discapacitados), hallaríamos que el provecho de los primeros es netamente superior. Sencillamente por su afán en llevar a cabo las tareas, en clave de superación, que se autoencomiendan o las que la propia sociedad les exige de forma silenciosa, pero inexorable. Sin duda, las personas que afortunadamente no padecen discapacidad física alguna tienen, o pueden tener, un rendimiento neto superior, pero a buen seguro que no llegan a realizar ni la mitad del esfuerzo que llevan a cabo otras con discapacidad, desde el momento que ponen pie (o rueda) en la calle. Y muchas veces, no solo tienen que luchar contra su propio estado físico, sino que habrán de superar la indiferencia, la insolidaridad y la falta de recursos de una administración que no siempre se pone en ese papel, precisamente por estar conformada por personas que mayoritariamente no tienen ese tipo de problema.
La deficiente accesibilidad, en forma de barreras arquitectónicas, lingüísticas y visuales, constituyen obstáculos que las personas elegidas para adoptar decisiones tienen que eliminar día a díaLa deficiente accesibilidad, en forma de barreras arquitectónicas, lingüísticas y visuales, constituyen obstáculos que las personas elegidas para adoptar decisiones tienen que eliminar día a día. Por otro lado, el trato igualitario, en el ámbito laboral e incluso social, debe alcanzarse, fijándonos todos como meta la eliminación de prejuicios hacia personas discapacitadas, aún presentes a día de hoy. En materia legislativa se ha avanzado bastante, pero todavía asistimos a casos grotescos, como cuando una norma choca con otra, o con el sentido común, haciendo casi imposible poner un ascensor en un edificio antiguo que tiene prácticamente encarceladas a personas en su interior, como ocurrió no hace mucho en Mijas, donde hubo que modificar la ley urbanística autonómica para que este caso tuviese un final feliz.
Mijas es ejemplo de ese afán de lucha contra nuestras debilidades, de las que ninguno estamos exentos, precisamente para hallar las capacidades. Ese es el campo de trabajo de grupos de personas de toda índole, abnegadas, que encaran la discapacidad como algo que hay que aceptar, pero no resignar. Así contamos con asociaciones como ADIMI, AFESOL, Asociación de Sordos de Mijas y también ONCE, en el ámbito nacional. Todas, de forma individual y en su conjunto, desarrollan una impagable labor y representan, con personalidad propia, la Fuerza de la Discapacidad.
El Ayuntamiento de Mijas destina 300 euros diarios a programas de apoyo de personas con algún tipo de discapacidad, con los que posibilita el desarrollo de talleres terapéuticos, como el de estimulación precoz, logopedia o equinoterapia, en los que los usuarios solo pagan una pequeña parte. Aparte, ha cedido locales y otros recursos que abren nuevas vías de trabajo. Se trata de no rendirse, aportar calidad de vida a quienes más necesitan sentirse parte del mundo. Posibilitar que cualquier persona pueda alcanzar el máximo de esas potencialidades, que a buen seguro y sin excepciones posee, forma parte de los objetivos irrenunciables para hacerles más útiles y que la sociedad en general sea integradora y, por tanto, más civilizada.
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