Pili no termina de estar a gusto en su matrimonio, pero se convence diciendo que es un hombre muy bueno y que no tiene motivos para separarse; tiene fantasías de que su marido se va con otra y terminar así la relación. José Luis está consumido y frustrado por la relación que tiene con su padre: le quiere mucho, pero tímidamente reconoce que él de verdad estará tranquilo cuando su padre falte; ese pensamiento le crea mucha culpa. Lucía está muy incómoda en la oficina, y sólo ve como salida que su salud se complique hasta el punto de pedir una baja.
Son personas que la única esperanza que tienen de que su situación cambie es que ocurra alguna casualidad. ¿Si no hay casualidades, uno no puede vivir la vida que quiere? A veces toca tomar una decisión. Esto hay quien lo aprende joven, quien lo aprende bien maduro, y hay quien no lo aprende nunca. Por eso podemos encontrarnos con personas que asumen posiciones sin preguntarse nada, creyéndose víctimas del destino o de la mala suerte. Aquí tenemos una posible explicación a la infelicidad, las crisis de ansiedad, la depresión, a esas vidas pesadas llenas de más penuria que luz.
Los humanos no nacemos con un programa de instintos como los animales que saben cuando es el momento de aparearse y cómo, saben que ha llegado el momento de morir y qué deben hacer. Nosotros, los humanos, tenemos que encontrar nuestra propia ruta de actuación, inventar nuestro modo de vivir la vida. Esto es lo que nos hace a cada uno diferentes. ¿Qué sucede? Que algunas personas no terminan de entender que esa ruta se tiene que elegir. A veces esas elecciones resultan complejas, se hacen muy pesadas de soportar. Entonces ahí habrá que modificar algo.
Todos tenemos un margen de maniobra. Pero uno tiene que querer hacer una cosa distinta con su vida de la que venía haciendo. Ánimo. Tome una decisión.
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