Tras años al servicio de excavaciones arqueológicas y museos, Cristina y Marga deciden montárselo por su cuenta. La suya es una historia de emprendimiento, de innovación y sobre todo de resistencia ante una crisis que pide a gritos un cambio en el modelo productivo.
Entrar en el Taller de Menia es, en cierto modo, adentrarse en la historia que hay detrás de cada cuadro, mueble, tapiz, es percibir el cariño que generaciones enteras pusieron en un patrimonio que, ahora, requiere de unas manos expertas para mantenerse en perfecto estado de conservación. Entrar en el Taller de Menia es entrar en la casa de Cristina Moreno y Marga Olmo, arqueóloga y restauradora, respectivamente, expertas en la conservación de todo tipo de enseres antiguos que tras años de trabajo fuera de su tierra natal, regresan ahora para emprender esta nueva andadura profesional.
La idea es sencilla, un servicio de cuidado y recuperación, como el de los mejores museos y yacimientos, al servicio de cualquier usuario y a la vuelta de la esquina. “Llevaba nueve años en Mérida y decidí volverme a casa”, dice Cristina, quien comenzó “con una página web, cogiendo algunos trabajos pequeños, hasta que nos presentaron a Marga y a mí, ella domina otras especialidades, somos el complemento perfecto la una para la otra”. Dos profesionales capaces de restaurar y conservar cualquier tipo de muebles, cuadros, tapices, esculturas, restos arqueológicos, enseres religiosos, incluso un piano “del siglo XIX, de hecho, ya estuvo presente tras su construcción en una exposición en Londres en 1862”, añade Cristina.
Taller de Menia: “Muchos aficionados cobran más barato, pero no emplean técnicas de conservación, dañan la pieza y esta termina perdiendo su valor”Y es que en el detalle está la diferencia. Porque como expertas en historia e investigación, y siempre a petición del cliente, desde el Taller de Menia realizan un estudio histórico de la pieza, elaborando incluso un informe sobre la investigación que se ha llevado a cabo y las técnicas empleadas. Algo que las diferencia del “intrusismo” como dicen ellas, que existe en este tipo de trabajos, una realidad por la que “muchos aficionados cobran más barato, pero no emplean técnicas de conservación, dañan la pieza y esta termina perdiendo su valor”, destaca Marga Olmo.
En este sentido, se trata de una de las principales dificultades con las que se encuentran estas dos emprendedoras. “La gente sabe lo que valen sus antigüedades, pero muchas veces es cuestión de prioridades y lo que hacen es no valorar el trabajo que conlleva su restauración”, asegura Marga. “El valor de un trabajo depende de muchas cosas, por eso nosotros estudiamos las piezas y hacemos presupuestos sin compromiso”, esgrime Cristina.
Sin embargo, hasta que la gente se habitúe a hacer uso de un servicio tan novedoso como este, desde el Taller de Menia cuentan con “coleccionistas privados en su mayoría”, explica Cristina, “por ejemplo estamos restaurando un cuadro de autor desconocido, aunque el propietario piensa que podría ser de Joaquín Inza, coetáneo de Goya. La pintura es un retrato de Ángela Pérez del Pulgar, esposa de Antonio Pérez de Herrasti, que fue director de la Sociedad de Amigos del País en Granada y alcalde de Loja a finales del siglo XVIII”, asegura Cristina.
Además de coleccionistas privados, las cofradías y hermandades son también grandes beneficiarias del trabajo de el Taller de Menia, “tenemos un proyecto para la conservación y mantenimiento de enseres patrimoniales religiosos. Con una conservación adecuada evitan restauraciones costosas y tendrán las imágenes y piezas en perfectas condiciones para la procesión”, concluye Marga. Es decir, otra de las innumerables funciones que pueden realizar estas emprendedoras. Unas expertas en lo antiguo, que ahora se disponen a abrirse futuro en el mercado laboral.
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