Cuántas veces se habrá visto diciendo eso, o se lo ha escuchado a su pareja o una amiga. También ocurre un fenómeno parecido con los camareros: “El camarero es tonto, le pido Nestea y me trae Fanta de Naranja”. También en el gremio de los profesores: “es que el profesor me tiene manía, siempre me está regañando”, “el profesor está amargado y por eso no me deja en paz”. 

 

¿Qué hay de parecido en estos casos? Que la responsabilidad siempre recae en otro, la culpa es del peluquero, del camarero, del profesor, y la persona afectada nunca reconoce que puede haber algo en ella que hace que los demás actúen de esa manera determinada.

 

Sin duda, cualquier profesional, como humano, puede equivocarse. Pero cuando estos contratiempos dejan de ser algo puntual (que podríamos considerar mala suerte), y se tornan un hecho repetitivo, es cuando deberían abrirse algunas preguntas de tipo: ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿haré yo algo para que me pase esto?, ¿podría yo hacer algo para que esto cambie?

 

Nuestra forma de ser, de estar, y de hacer tiene consecuencias en los demás. ¿Cómo es eso? Podemos hablar mirando al otro a la cara o no; podemos hablar de forma educada y pausada, o increpando y exigiendo; podemos hablar con seguridad o de forma dubitativa; pronunciando exquisitamente o como si tuviésemos un caramelo en la boca. Además de todas estas apariencias, hay que tener en cuenta la firmeza de nuestro deseo.

 

Habrá personas que nunca admitan la posibilidad de que sean ellos mismos los artífices del contratiempo. Buscarán cualquier justificación a su favor, y seguirán en sus treces a cualquier precio.