Hablar de la historia más reciente de España es hablar de la banda terrorista ETA, autora de más de 850 asesinatos en nuestro país y casi 90 secuestros, sin olvidar las 2.600 personas que resultaron heridas por su actividad violenta. Francisco Puertas, vecino de Fuengirola y Policía Nacional ya jubilado, vivió de cerca el clima de tensión social que generó esta organización independentista. Lo hizo durante ‘Cinco años y medio’, como así se titula el libro que ahora ha publicado contando su experiencia, que califica de “traumática”. 

Él pidió ser destinado a Vitoria en el año 77, cuando tan solo tenía 23 años, “y cuando llegas allí, de inmediato, haces una coraza a tu alrededor, sobre todo cuando ves el primer muerto a manos de esta banda, y luego el segundo, el tercero, una explosión y otra más… y de repente ves la dura realidad de lo que era aquello”. 

Su trabajo como agente de la Policía Nacional en el País Vasco fue muy diferente al que tenía en mente “porque no teníamos un horario fijo sino que se cambiaba casi a diario, además procurábamos salir un poco antes o después, para que la banda nunca nos pillara nuestros horarios”, explica el expolicía, recordando "una vez que precisamente cambié mi itinerario y coincidió que, de camino a casa, vi que dos señores me estaban esperando en mi portal, así que entré rápido en una cabina de teléfono de las de antes para avisar a mis compañeros, y no dio tiempo a que vinieran en mi auxilio porque estos dos hombres se marcharon”. 

Puertas asegura que no vivió con miedo durante aquellos años, pero sí en constante estado de alarma, y muchísimas veces con tristeza, más aún tras los fallecimientos de hasta una decena de amigos suyos. Es una experiencia que deja secuelas, señala en su libro, donde también se recalca que 15.000 miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, "la gran mayoría de ellos de origen andaluz", fueron diagnosticados durante aquellos años con el llamado Síndrome del Norte. Shock postraumático aún no reconocido por las instituciones públicas, lamenta, “yo por ejemplo, en la puerta de mi casa, soy el que sigo abriendo la puerta de mi casa, no dejo que lo haga mi mujer, por lo que pueda surgir, que ya sé que no me van a hacer nada pero lo tengo interiorizado, igual que tampoco dejo a mi mujer que abra el buzón, lo hago siempre yo, porque durante un tiempo tuve que cambiar de domicilio ya que empezaron a meterme notitas en el buzón diciéndome que yo era el próximo objetivo, la clásica diana, el ahorcado, y con mensajes como el de ‘ETA mátalo’ y demás”.

 

Puertas dio forma a este libro durante la pandemia, algo que le ayudó a desbloquear muchos recuerdos en su cabeza y que le sirvió como terapia, reconoce ahora. Lo hizo también para que este momento de la historia no se vaya difuminando con el paso del tiempo, como cree que está pasando actualmente. Pero también dice haber escrito esta novela, basada en hechos reales, para criticar a las administraciones públicas que, opina, no supieron ni han sabido gestionar este problema social y político, que en su día, apostilla, “nos convirtió (a los agentes) en carne de cañón, porque a nosotros nos dotaban de armamento en función del número de personas que iban cayendo y muriendo, por eso hago mi reproche hacia aquellas administraciones y hacia aquella situación que vivimos, no solo los policías, también nuestras familias, en mi caso mi mujer y mi hija, que tenía tres años por aquel entonces”.

La publicación ya está disponible en las diferentes plataformas literarias digitales y por el momento, valora su autor, está recibiendo muy buena acogida. Por cierto, a Puertas no le importaría contar su historia y reflexionar sobre ella con jóvenes de centros educativos. Una propuesta que, manifiesta, haría con mucho gusto. 

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