M. Fernández. Ante el interrogante de si las pantallas hoy en día deben estar presentes en la educación de los niños, la psicóloga Cristina Pérez no expresa ninguna duda: “La respuesta es sí. Las pantallas son parte de la realidad de nuestra infancia. No solo han nacido y están creciendo con ellas sino que además les van a seguir acompañando a lo largo de su desarrollo. Negarlas y no ayudarles a integrarlas en sus vidas sería dejarlos sin herramientas y habilidades en el maravilloso, pero a veces peligroso mundo digital”. Y ahí está el temor de muchos padres, ¿dónde está el límite entre lo recomendable y lo perjudicial? Esta semana, en ‘Familias y pantallas’ vamos a aportar más interesantes consejos de los profesionales. Cojan papel y lápiz.
“Como padres, como educadores, nuestra misión será educarlos en un uso limitado y responsable de las pantallas, debido al gran impacto que tienen en su cerebro a lo largo de las diversas etapas del desarrollo”, advierte Pérez. Para ello, los padres deben formarse para poder ayudar más tarde a los hijos a gestionar su mundo digital. Y ¿cómo se deben usar las pantallas en familia como recurso de aprendizaje y no solo como entretenimiento? “Las pantallas ofrecen un gran abanico de posibilidades con fines didácticos tanto en el medio escolar como familiar”, añade la psicóloga, por cierto, también orientadora en un colegio. Así, los niños pueden usar vídeos de la red para reforzar contenidos escolares, se pueden usar los diversos buscadores para satisfacer dudas o curiosidades.
Otro de los usos más comunes de las pantallas en el hogar son las aplicaciones didácticas para acceder a contenidos pedagógicos. “Sin lugar a dudas, estas van a tener un impacto positivo en la adquisición de ciertos aprendizajes a ciertas edades pero habrá que tener cuidado en su uso, ya que en ocasiones nos pueden generar una falsa tranquilidad”, advierte la profesional. “Podemos pensar que cuanto más las use, más aprenderá. Pero esto es erróneo”, sobre todo si la edad del menor es inferior a tres años y el tiempo de exposición es mayor del indicado. “Y es aquí donde, en ocasiones, está el problema. No sabemos establecer el equilibrio entre un uso adecuado y un uso abusivo de las pantallas”, expone.
Encontrar el equilibrio
Las normas de uso deben establecerse conociendo las necesidades, demandas y gustos de todos los miembros de la casa. Estas normas se establecerán de forma democrática, siendo el adulto el que guíe la toma de decisiones. “Las normas serán creadas entre todos y para todos. Hay que comunicar a los hijos de forma amable y desde la ayuda los beneficios y los peligros del uso irresponsable de la tecnología. Sería positivo acompañar al niño en sus primeros usos con la tecnología y le iremos preparando para poder navegar de forma cada vez más autónoma y segura. Cuando el niño adquiera cierta autonomía es importante ofrecer un marco de confianza, combinada con la supervisión frecuente del adulto”.
Es recomendable el uso de filtros para controlar la información a la que se expone el menor. “Esto ayudará a que más tarde y de forma progresiva, se fomente el espíritu crítico del niño ante los contenidos que la red le ofrece. Conocer los diversos Sistemas de Control Parental y cuando los niños son más mayores y tienen acceso a redes sociales es importante informarles de los peligros: falsas identidades, usos de chat en los videojuegos en línea, información que no deben nunca dar, etcétera”, apunta la profesional.
Se debe distinguir claramente si se van a usar las pantallas con fines lúdicos o educativos. Y en ningún caso abusar del tiempo de uso acordado. En líneas generales no se debe hacer uso de videojuegos más de dos horas seguidas los fines de semana y los días de diario no más de 20-30 minutos según la edad del niño.
“Podemos hacer posible el uso de las pantallas en el hogar como actividad lúdica sin que esto suponga un riesgo para el bienestar de la dinámica familiar en general y el desarrollo del niño en particular”, asegura Pérez. Incluso ella ve viable la convivencia “de forma armónica de los juegos tradicionales y de los relacionados con la tecnología”. Ahí van algunas claves.
Una vez que en el hogar están establecidas de manera democrática, desde el respeto y el entendimiento, las rutinas, responsabilidades y normas generales, podemos incluir el uso de las pantallas para pasar el tiempo libre. “Estableceremos un tiempo concreto de uso, un lugar, un momento y el tipo de juego”. Eso sí, los padres, deben “ofrecer un amplio abanico de actividades alternativas a las pantallas”. Juegos de mesa, actividades al aire libre, música, baile, manualidades... “Y será también una buena práctica conversar sobre ellas después de cualquier actividad en familia. De este modo se hace evidente y consciente lo gratificante que este tipo de actividades son también”, manifiesta.
Muchos padres manifiestan miedo a que los niños se “enganchen” a las pantallas... Y lo cierto es, según Pérez, que “el mundo digital ofrece al niño una gran cantidad de herramientas y contenidos muy atractivos y de fácil acceso. Además estos contenidos son muy gratificantes, lo que conlleva a una activación rápida del sistema de recompensa”. Así, “si el niño hace un uso muy prolongado de las pantallas el sistema de gratificación cerebral se hiperactiva y se desencadena una conducta adictiva”. “El secreto está, una vez más, no en negar el uso de las pantallas sino en hacer un buen uso de ellas”, indica.
Las pantallas en el aula
“La tecnología ha llegado a las aulas para quedarse y por tanto será necesario hacer uso de ellas de forma responsable y amable”, opina la psicóloga. Del mismo modo que ocurre en el hogar, en el colegio el uso de la pantalla o de otros recursos como tablet u ordenadores personales “será un recurso más”, como lo es el libro de texto, la información que da el profesor o las múltiples experiencias a las que a través de diversos medios se expone al alumno. “Estas experiencias sin duda son las más importantes en cuanto a la consolidación del aprendizaje se refiere. En estas actividades donde el niño participa y construye su aprendizaje de forma activa y opera con la información que el medio audiovisual u otro medio le proporciona, es donde comienza el aprendizaje. Después, una vez que la nueva información se integra con la antigua información que el alumno tiene, se produce el aprendizaje significativo, ese que quedará en nuestras memorias a largo plazo y al que podremos acceder para usarlo cuando lo necesitemos”.
Así, “igual que las experiencias prácticas en el aula no pueden ser sustituidas por el aprendizaje a través de la pantalla, tampoco las pantallas pueden sustituir otro aspecto fundamental del ámbito escolar: nuestro cerebro aprende en contacto con otros. Los aprendizajes se producen en conexión con sus iguales y con el profesor como mediador y facilitador del aprendizaje”.
Con todo esto, concluye Pérez, “el entorno escolar es un medio rico en experiencias hechas en un contexto social que no deben ser sustituidas en ninguna medida por el uso abusivo de las herramientas digitales. No podemos olvidar que cuantas más vías de entrada de información (sistema táctil, sistema visual, sistema propioceptivo, sistema vestibular, sistema auditivo y sistema gustativo y olfativo) tenga el niño en un aprendizaje y cuantos más tipos de actividades y por tanto más partes del cerebro use en un aprendizaje, mejor lo aprenderá y mejor usará ese aprendizaje en el futuro. Por lo tanto, las pantallas podrán ser un recurso más del entorno escolar pero nunca el recurso”.
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