No paro de ver anuncios en los que el reclamo es “sacar el máximo rendimiento” de algo: de un objeto, de un producto, de una experiencia o incluso de nosotros mismos. Por ejemplo, el reclamo que tienen muchos colegios privados para captar alumnos es que saben hacer las cosas para sacar el máximo rendimiento a los alumnos. Los complejos vitamínicos te proponen que tomes suplementos para sacarle el máximo rendimiento a cada día.
A mí, sacar el máximo partido a algo, me suena a estrujar, a un exceso, a una situación de mucha exigencia que además suele ir acompañada de ese sentimiento de no estar nunca a la altura, de no dar la talla. Y esto es entrar en una espiral oscura muy poco recomendable.
Una advertencia: es muy fácil vivir como autómatas obedeciendo a no se sabe bien qué. En la época en la que vivimos una de las obligaciones que circula es sacarle el máximo partido a todo, pero ¿quién obliga? Para vivir a gusto es mejor estar orientado por el deseo que por la obligación, entendiendo por obligación un mandato que se nos impone desde fuera o incluso impuesto por la parte más destructiva que habita en cada uno de nosotros. El deseo es más noble, y permite adquirir compromisos desde la libertad. Por eso que la guía para vivir no sea el máximo rendimiento, no quiere decir que nos conformemos con cualquier cosa.
Una recomendación: Tomarse el trabajo de pensar qué es lo que queremos. Vivir la vida. Estrujar la vida es otra cosa.
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