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Miércoles 24/04/2024

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Ahora está, ahora no está

Ahora está, y de repente ahora ya no está. No hablo del divertido juego del “cucú tras” si no de algo más trágico como es la muerte.

Ahora está, y de repente ahora ya no está. No hablo del divertido juego del “cucú tras” si no de algo más trágico como es la muerte. Ahora está, y de repente ahora ya no está, así de rápida e inoportuna llega siempre la muerte. La muerte es una de las reglas del juego de la vida. Es más, se da la vida a condición de morir. Y ni que decir tiene que toda muerte causa dolor, toda muerte es injusta, y ninguna muerte llega en buen momento.

 

¿De qué depende el dolor que sentimos ante la muerte de otro? Intervienen muchos factores. Por un lado el amor y el parentesco que se le procesa al difunto. Aunque si nos paramos a pensar más detenidamente también hay quien se conmueve por el fallecimiento de alguien que es casi desconocido, o por la muerte de algún famoso. Por otro lado también está el factor de la edad. Hay para quién la muerte de un joven es mucho más dolorosa que la de un adulto. Pero una vez más, si nos paramos a pensar, todos hemos visto como hay padres que ante la muerte de algún hijo consiguen vivir dignamente, y cómo personas adultas que pierden a sus padres no salen jamás de la grisura en la que han caído. La forma de morir parece que también es un factor, hay para quién morir de forma inesperada causa más dolor en los familiares, que si la muerte es esperada a causa de una enfermedad.

 

Como podemos observar no hay un criterio único para saber que forma de morir provoca más dolor. Está claro entonces que en esa vivencia de dolor interviene un factor subjetivo relacionado con las propias experiencias.

 

Cuando una persona está en armonía con su vida, la muerte de alguien causa el dolor justo. Pero en muchas ocasiones se puede observar un dolor excesivo, un dolor que excede la pena y el sufrimiento que causa la pérdida de un ser amado. ¿Qué está pasando ahí? Muchas veces la muerte de alguien hace diana en alguna fragilidad de esa persona. Podríamos decir que en esa persona existe alguna herida y el fallecimiento viene a infectar esa herida que ya existía.

 

Esas heridas preexistentes a esa muerte pueden ser de muy diversa índole. Y no sólo pueden ser muy variadas, sino que pueden vivir en nosotros de forma latente como un virus no desencadenado. Por ejemplo cuestiones no resueltas sobre nuestra propia existencia, quienes somos, qué hacemos aquí, qué esperamos de la vida, cómo queremos vivir la vida.

 

Por esta razón, para algunas personas la muerte de alguien les supone un punto de inflexión, ven que pasado un tiempo de recuperación, sus vidas y su ánimo no cobran fuerza, se plantean que algo está pasando y que es el momento de pedir ayuda. 

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