Me llamo Lola, tengo 42 años y la vida no para de sorprenderme. Me parece que las sorpresas y los imprevistos son la chispa de la vida. Es verdad que no todo lo inesperado son acontecimientos afortunados, pero incluso de los infortunios se puede sacar algún partido. Porque una situación valorada como oscura puede dejar un aprendizaje, una enseñanza, pueden servir para cuestionarse cosas, y que ése sea el revulsivo para tomar decisiones o para emprender algo.
No hay edad donde paren las sorpresas. Acabo de descubrir algo de mi vida que me ha dejado atónita. Yo empecé siendo redactora de una revista y me propuse ser jefa de redacción. Lo conseguí, y estuve desempeñando esa función 5 años. El último año me permitieron trabajar desde casa, pero en lugar de estar más contenta por la facilidad que eso suponía –para organizarme en la casa, con los horarios de los niños, el tiempo de coche que me ahorraba, más tiempo para estar con mi marido-, me entró cierta pereza, llegaba a mal hacer los encargos, y hasta me invadía un desinterés por ese puesto.
Soy paciente de psicoanálisis y por eso he descubierto algo sorprendente, porque yo sola no sé a que tipo de conclusión hubiese llegado. Os cuento. Mi compañera Mónica siempre quería mi puesto, y constantemente hacía méritos. Yo ante el temor de perder mi puesto más me afanaba en el desempeño. Hace ya 7 meses mi compañera cambió de ciudad porque destinaron a su marido. Y ahora justo que yo lo tenía más fácil para desempeñar y ocupar mi puesto, más lo descuidaba. Es triste decirlo pero lo que me mantenía a pleno rendimiento era algo así como: “antes que para mi compañera, este trabajo es mío”, y también eso de “si ella lo quiere será que esto es bueno”.
Con las sesiones de psicoanálisis me he ubicado, he vuelto a poner cada cosa en su sitio. He admitido las ventajas que suponen para mí trabajar desde casa; y he recordado los verdaderos motivos por los que me gusta mi trabajo, porque se habían diluido bajo la sombra del deseo de mi compañera.
Quién me iba a decir a mí que yo sería tan pobre para trabajar sólo para que otro no consiga lo mismo que yo. Ahora respiro profunda y desahogadamente, trabajo porque me gusta mucho lo que hago. Me siento afortunada. Este descubrimiento me ha devuelto brillo. A ti también te puede sorprender la vida, pero quizá seas cobarde y prefieras esquivar.
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