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Viernes 22/11/2024

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Los hermanos Merino dan la nota

En la familia Merino, no había ningún músico profesional

En la familia Merino, no había ningún músico profesional y, aunque las melodías sonaban con frecuencia en casa, nadie empujó a los más pequeños a adentrarse casi “como un juego” en un mundo que hoy les está dando grandes satisfacciones. Marcos se gana ya la vida con la música y Javier “está en camino”, apunta José, el padre de estos jóvenes que, con siete años, se pusieron por primera vez ante un instrumento de música.
Para Marcos, el mayor de los hermanos, han pasado 18 años desde entonces. Ahora con 25, es ya catedrático de Piano en la Universidad de las Américas, ubicada en Quito, la capital de Ecuador. Reconoce que empezó en la música casi por antojo, porque una amiga de la familia que tenía “más o menos” su edad se apuntó a la Casa de la Cultura de Fuengirola.
A partir de ahí todo sucedió casi sin darse cuenta: primero el ciclo Elemental y, después, el Profesional en el Conservatorio de Música Manuel Carra de Málaga; luego, el Superior de Barcelona, con una beca en medio que hizo en Estados Unidos, especializándose en la modalidad de jazz de piano y, por último, un máster en la University of North Texas. Todo un currículum académico que, sin duda, tuvo que tener su peso cuando lo seleccionaron el año pasado en la Universidad de las Américas como catedrático de Piano. “A través de una compañera que conocí en Estados Unidos me enteré de la vacante y presenté currículum, carta de recomendación, cosas que tenía grabadas..., pero no me llamaban. Acabé el máster y, justo el día que volví a España, abrí en el aeropuerto al llegar el email y me enteré de que me daban la oportunidad”, recuerda Marcos, después de haber dado clases allí durante el pasado curso escolar y a punto de coger el avión rumbo a Quito el próximo lunes, 1 de septiembre, tras pasar agosto con sus padres y su hermano.
Ambos se iniciaron en la música con tan solo siete años La historia de Javier es parecida, aunque más breve por una razón obvia: tiene solo 17 años. No sabe bien por qué empezó a estudiar música, solo que un día le dijo a su padre que quería tocar la guitarra. “A los ocho años pude entrar en el Conservatorio de Fuengirola y ahora acabo de terminar el grado Profesional; en conjunto, son 10 años”, matiza Javier, quien estos años ha estudiado guitarra clásica, pero ha decidido especializarse también en jazz. “Gracias a mi hermano he escuchado mucho jazz y el jazz ha influido mucho en mí”, apunta el menor de los Merino, que durante este pasado curso se ha preparado para superar las pruebas del Musikene, el Centro Superior de Música del País Vasco, a donde también partirá el 14 de septiembre. “Es como la Universidad para los músicos”, afirma el joven, quien explica que estos estudios tienen el mismo nivel académico que un grado de Ingeniería.
Para los dos, la música al principio fue “un hobby”, apunta Marcos. “Mi hermano siempre lo ha tenido más claro. Yo lo decidí en el último momento. Lo llevas todo en paralelo y llega un momento que te da como cosa dejarlo; luego solo decidí”, explica Marcos, quien reconoce que “combinarlo con el Bachillerato fue difícil” porque apenas tuvo tiempo para sí: “era estar por la mañana en el instituto y por la tarde en el conservatorio”.
Además de su formación académica, Marcos tuvo que sacar tiempo para tocar, algo que ya ha hecho en países como España (en Málaga y en Barcelona, concretamente), Estados Unidos, Colombia y Ecuador. “En Málaga he tocado en verano con los músicos de la Asociación de Jazz; en Barcelona, con los compañeros del conservatorio, con quienes también toqué en el Teatro Las Lagunas; en Estados Unidos me salieron proyectos e incluso con compañeros del máster me fui de gira a Colombia”, donde tocaba en universidades y festivales. “Tengo que compaginar ser catedrático y tocar. Hoy en día no te puedes ganar la vida solo tocando; es muy difícil”, admite este joven que en Ecuador toca casi dos o tres veces a la semana. “Allí hay mucho trabajo porque en la capital no hay demasiados músicos. Abarcas bastantes estilos, tocas jazz, salsa, funk, y tocas en muchos proyectos”. De hecho, ha grabado recientemente un disco con una banda de jazz integrada por nativos ecuatorianos. “Viajar por todo el mundo tocando te enriquece un montón”, concluye.
Con su hermano, solo recuerda haber dado un concierto antes de irse a Barcelona en el auditorio que tenía en su propia casa uno de sus profesores de piano clásico: Jesús Pedro Castro.

“Tocar y tocar”
Pese a su corta edad, Javier ya sabe también lo que es ponerse ante un auditorio: “empiezas a dar conciertos desde chico en el conservatorio; todos los años tienes un mínimo de tres audiciones y tocas ante el público. Los de fines de curso del conservatorio los solía hacer en el Teatro Las Lagunas, donde hace poco participé en un espectáculo benéfico”, afirma Javier, que ya ha dado más de un concierto también con los compañeros de la Asociación de Jazz de Málaga. Sus proyectos de futuro son claros: “tocar y tocar y conseguir la máxima formación posible”. Para ello, quiere hacer un máster en Amsterdam. “Esas son mis metas”, afirma. Seguro que lo consigue.

José Merino, padre de Marcos y Javier: “Valoro mucho que se puedan dedicar a lo que les gusta”
Empezaron en la música casi como en “un juego” y ahora uno de ellos ya se gana la vida con la profesión que eligió y otro está a un paso de conseguirlo. José Merino, el padre de los hermanos Marcos y Javier, considera un “orgullo y una satisfacción” que sus hijos se dediquen a lo que les gusta y tengan una carrera que es su vocación.
Aún así, reconoce haber tenido sus momentos de incertidumbre sobre el futuro de ambos antes de que estos se decantasen abiertamente por la música: “dudas siempre tienes sobre si han acertado, si han escogido la carrera adecuada, pero al final toda actividad que hagan es competitiva y problemas van a encontrar en todas”, afirma. “Una vez que ya lo tuvieron ellos claro, no tuve ni tengo ninguna duda porque seguro que van a tener rachas malas y satisfacciones”, apunta el padre de estos dos jóvenes de 25 y 17 años, que se iniciaron en la música con apenas siete.
Muchas son las veces en las que amigos y conocidos le han preguntado si hay alguien que haya influido especialmente en la afición de sus hijos por la música: “no hay antecedentes familiares de músicos profesionales ni nada parecido”, dice rotundo, aunque reconoce que en su hogar “siempre se ha escuchado mucha música”.
 

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