Estaba en un bar desayunado, y no pude -más bien no quise-, dejar de poner la oreja en la conversación que mantenían tres amigas en la mesa de al lado.
Una de las chicas estaba comentando que ir al psicólogo le había ayudado mucho. La otra asentía, y decía que a ella también le había servido.
Sin embargo la tercera chica hacía sus matizaciones, “a mí me está ayudando, pero todavía no he conseguido subirme a un ascensor, y mira que yo vivo en un sexto y cada día subo varias veces por las escaleras, es que todavía no lo veo claro, sólo de pensarlo me pongo mala.
Claro, es que es muy difícil seguir los consejos de un psicólogo porque él no ha vivido lo mismo que uno, y por mucho que él diga, él no lo ha pasado y así se me hace muy difícil seguir las pautas”.
Mucha gente piensa así: voy a elegir una psicóloga mujer porque así me va comprender mejor; no voy a ir a ese psicólogo que es muy joven y no tiene hijos y no debe saber mucho del tema; cómo voy a ir a ese psicólogo para que nos vea a mí y a mi mujer si el ya ha separado tres veces…
Es una suerte que el psicólogo no haya pasado por todas esas experiencias. No se trata de que el psicólogo compadezca al paciente desde el dolor que sabe que se siente cuando hay una pérdida, en una crisis de ansiedad, en una separación, ante una duda existencial (hechos a los que llamamos imprevistos por el efecto que causan en nosotros).
Es más, el psicólogo tiene que evitar hacer de su experiencia un ejemplo ejemplar, y tiene que evitar decirle al paciente cosas del tipo: yo he pasado por lo mismo que tú y sé que se pasa muy mal; yo sé que es difícil pero haciendo esto y lo otro..., y si yo pude salir yo sé que tú también vas a poder salir…
El valor del psicólogo no reside en las experiencias que él haya vivido. Si no que por su recorrido profesional, su formación, y su propia experiencia ante de lo incontrolable de la vida, sabe que no hay dos casos iguales, aunque la sintomatología sea en apariencia la misma.
Y sabe precisamente que a pesar de esa exclusividad, cada paciente encuentra un modo único de poder superar esa situación. Tener en cuenta esa originalidad es lo que hace que cada paciente sea tratado de un modo nuevo y no como un número más.
No hay dos formas iguales de crisis de ansiedad, ni de llevar un duelo, o cualquier otra cosa, cada uno lo vive de una forma única. Precisamente esa exclusividad es para el ser humano algo difícil de encajar.
Rápidamente queremos establecer leyes universales y darle un sentido a todo: hay cosas que sólo le pasan a uno, y hay cosas que pasan sin explicación y punto. Es imposible evitar los imprevistos, pero lo que sí podemos es desarrollar un estilo de vivir que nos permita recibir lo inesperado sin desestabilizarnos a pesar de que sea algo molesto.
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