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Viernes 22/11/2024

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El último hombre de la sierra

Representa a una estirpe de trabajadores ya extinta, españoles que transformaron nuestro país a base de esfuerzo, con la esperanza de que lo mejor siempre estaba por venir. Ejemplo de vida, de superación y, sobre todo, de sabiduría, Salvador Moreno nos acerca, a sus 83 años, el recuerdo de Mijas y su sierra en los años más duros del siglo XX.

Representa a una estirpe de trabajadores ya extinta, españoles que transformaron nuestro país a base de esfuerzo, con la esperanza de que lo mejor siempre estaba por venir. Ejemplo de vida, de superación y, sobre todo, de sabiduría, Salvador Moreno nos acerca, a sus 83 años, el recuerdo de Mijas y su sierra en los años más duros del siglo XX.

“El Pechón, Cerro Alegre, Puerto Los Hoyos, Cara Copete”, enumera Salvador Moreno mientras señala al horizonte desde el Puerto de Buenavista, “la cordillera de la mina Trinidad, Loma Patricio, Pecho Ancho, Loma Barrancosa... todo tiene su nombre según lo que ocurrió, Horcaperros, Cerro del Moro, Puerto la Breña [sigue enumerando]”. Salvador es conocimiento y sabiduría, es imagen de la experiencia adquirida en los años más duros del siglo XX, aquellos que marcaron a una generación irrepetible de la que, día a día, seguimos aprendiendo.
"Hacíamos paquetes de leña a peseta, otros más pequeños a gordas"Salvador nació el 31 de octubre de 1930, Primo de Rivera no gobernaba desde febrero y los republicanos habían firmado en agosto el Pacto de San Sebastián, que culminaría meses después con el exilio de Alfonso XIII. Salvador nació en los albores de una década tan dura como crucial para la historia de España, en aquellos años “la sierra era el único modo de vida para quienes no tenían nada, desde coger leña, palmas para escobas a esparto para serones”, dice Moreno.
Eran tiempos en los que las cocinas funcionaban con leña, igual que los hornos de las panaderías, “recuerdo que tendría unos seis o siete años cuando íbamos una pila de chiquillos hasta Castillejos [zona del actual repetidor] a por leña”, rememora Salvador como el primero de los trabajos que desempeñó, “la sierra estaba llena de gente, se escuchaba siempre un vocerío”, ya que era una fuente inagotable de recursos para cientos de familias. “Hacíamos paquetes de leña de a peseta, también otros más pequeños a gordas y chicas” que se vendían para llevar un sustento a casa.
Una actividad que obligaba a constantes incursiones en la sierra, por lo que Salvador, como otros tantos vecinos de aquella época, se hizo un gran conocedor de cada puerto, loma o vaguada. Era necesario conocer dónde estaba la mejor leña, las mejores piedras calizas para montar una calera, o las fuentes de agua que permitiesen la cocción del esparto. Pero junto a este buen número de actividades propias de la sierra (al margen de la agricultura, que era exclusiva de jornaleros o propietarios de tierras), la ganadería era otra de las industrias más importantes del municipio.

“Con diez años cuidé vacas en la venta de Carvajal, después cuidé cabras en diferentes sitios, por ejemplo, en Puerto Arenal estuve hasta casi irme a la mili”, apunta Salvador Moreno. Era un trabajo duro que requería, por lo que supone recorrer grandes distancias a pie con un rebaño de cabras, pernoctar en la propia sierra. “Recuerdo que refregaba una cabeza de ajo alrededor del lugar en el que iba a dormir, así no llegaban los bichos venenosos”, destaca Moreno al describir los peligros de un paraje que era el único medio de vida.

 

La forestación
Pero si hubo un antes y un después en Sierra Mijas, este lo marcó el Plan General para la Repoblación en España, gestado durante los años 30 y puesto en marcha durante la posguerra. Hasta ese momento, Sierra Mijas era un monte de matorral bajo, “había plantas como romero, jaras, abulagas, no existían los pinos como los conocemos hoy día”, destaca Salvador, “en aquella época [recién terminada la Guerra Civil] había muy poco trabajo y el gobierno puso a la gente a sembrar pinos pagando un jornal, creo recordar, de unas 15 o 16 pesetas”, puntualiza Moreno, quien ve aquella medida como un importante estímulo económico para muchas familias mijeñas.

“Aquí se dieron muchos jornales de trabajo poniendo pinos”, incluso los propietarios de pequeñas parcelas, organizaban viveros en los que sembraban plantones, los que posteriormente vendían a los responsables de la forestación.
Había muy poco trabajo y el gobierno puso a la gente a sembrar pinosAsimismo, una muestra del cambio que ha sufrido el clima, durante el pasado siglo, lo constatan hechos como que “entonces llovía mucho más que ahora”, apostilla Moreno, algo que permitía un menor cuidado y atención hacia los plantones del que se tiene hoy día. De hecho, nuestro protagonista no olvida cómo se horadaba la tierra “y se colocaba el plantón con las raíces al aire, sin maceta”, una técnica que, a pesar de lo agresiva que era para el árbol joven, conseguía que creciese y se hiciera fuerte.

“Incluso se ponían semillas directamente, semillas que cubríamos con un poco de leña para que no se la comieran los pájaros”, concluye Salvador, un testigo único de la historia de nuestro desarrollo económico, un representante de los últimos hombres que conocen la sierra como lo que es, su casa. 

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