No hablaremos ni del paso de los años, ni de gestionar el tiempo, nos vamos a circunscribir a qué es aprovechar el tiempo: es utilizarlo para hacer cosas que nos hagan bien.

No se trata de trabajar a destajo, ni de no dar nunca un palo al agua, ni de hacer siempre lo que nos apetezca. Sin duda hay cosas que no tienen por qué gustarnos pero, sin embargo, nos hacen bien, porque mejoran nuestras relaciones, porque nos permiten vivir de forma más confortable, porque fomentan nuestra seguridad.

En cambio, estamos desaprovechando el tiempo cuando hacemos cosas que nos hacen mal, como evitar los compromisos, postergar decisiones o destruir nuestra salud física. No es cuestión de estresarse y vivir con la sensación de no tener tiempo. Se trata de revisar cómo se está empleando el tiempo.

Darse cuenta de si le gusta caminar es fácil, darse cuenta de si le gusta un café con leche es fácil, darse cuenta de si le gusta el dinero puede ser fácil, pero ¿darse cuenta de que le gusta pensar demasiado y la mayor parte del tiempo lo pasa pensando es fácil de reconocer y admitir?

Pasar más tiempo pensando que viviendo empobrece la vida, las experiencias y las satisfacciones. ¿Sabe cuánto tiempo le roba pensar? Además también produce cansancio.

Muchas tareas se hacen relativamente en poco tiempo y, sin embargo, la satisfacción que producen es mayúscula. Si renuncia a pensar unos momentos, podrá aprovechar el tiempo a su favor, a veces sólo hacen falta unos cuantos minutos: ordenar el escritorio, leer las cartas acumuladas, relajarse, saborear un té, llamar a un amigo.

Las consultas están llenas de gente que, aparte de sus 8 horas de trabajo, el resto del tiempo se le va en no saben qué –“en hacer 3 tonterías”, “sin darse cuenta se les va la tarde”.

¿Es usted uno de esos? Ponga freno a la erogeneización de sus pensamientos. Darse cuenta de este detalle le permitirá tener una vida más satisfactoria y llena de estímulos.

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