Esta es la historia de la princesa japonesa Masako, pero podría ser su historia.
Érase una vez una plebeya que se emparentó con un príncipe sin pretenderlo. Ella tenía dos licenciaturas y un posgrado, dominaba seis idiomas.
El “si quiero” suponía dos cosas para ella, renunciar a su carrera profesional, y un reto: convertirse en princesa heredera de una Monarquía con más de 1400 años de antigüedad.
Pero, ¿se casó Masako enajenada a consecuencia del enamoramiento? ¿Hubo o no hubo consentimiento por su parte para casarse?
Tras el enlace, ni sobresaliente plebeya, ni exquisita princesa. Lo único que pudo Masako fue sumirse en una profunda y larga depresión.
Cada día mil funcionaros estructuraban sus necesidad y movimientos. Ella no podía salir de palacio sin permiso, no tenía tarjeta de crédito, ni pasaporte, ni acceso libre a comunicaciones telefónicas ni a familiares, ni siquiera rutina propia.
Cuando esta forma de vivir es una elección personal todo está bien. Las complicaciones llegan cuando es una imposición: externa o interna.
Resulta más agotador no poder vivir la vida que quieres, que tener una vida protocolaria si es lo que has decidido. La princesa ni rutina propia tiene, ¿esto es una persona o es otra cosa?
Se asemeja más a un animal de compañía, pero hay quien se encuentra a gusto viviendo domesticado.
A día de hoy la princesa tiene 49 años. Ni el cariño del esposo, ni la alegría de la hija, Aiko, de 12, ni el ginseng consiguen levantarla.
No son suficientes las bondades de un marido y una hija para estar feliz, y el ginseng tampoco tiene la virtud de dar el sentido de la vida.
Es más aconsejable trabajar para tener vida propia donde pueda florecer lo más propio de cada uno.
Hace ya el príncipe reconocía que su compañera era víctima de los extenuantes esfuerzos de adaptación a la tradición imperial. “De alguna manera, su carrera y su personalidad fueron negadas”.
Podría estar aquí la clave, ¿por qué no le dejan hacer una vida a su estilo?, ¿o fue ella que se entregó cual esclavo y ahora no sabe vivir con cadenas, ni tampoco sabe quitárselas?
A nuestro alrededor muchas mujeres en nombre del amor dejan el trabajo para seguir a su marido, y poco a poco abandonan gustos y relaciones sociales. El amor no es eso.
También lo hacen algunos hijos adultos frente a sus madres: estropean relaciones sentimentales por darle prioridad a las peticiones maternas, y un apego excesivo les impide formar una nueva familia.
Muchas personas tienen el atrevimiento consciente o inconsciente, de convertirse en servidumbres voluntarias.
Y colorín colorado esta historia no ha acabado. El final de la historia de Masako aún está por escribirse. El final de su historia también. Todavía puede ser un final feliz.
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