Hay madres que tienen unos rasgos característicos muy marcados: perfeccionistas, exigentes, débiles, delincuentes, controladoras, masculinas, agresivas, angustiadas, madres con conflictos personales. Estos son unos rasgos que suelen tener consecuencias sobre el desarrollo del niño.
Hay madres que están excesivamente pegadas a sus hijos. Algunas no lo reconocen, y otras encuentran muchos argumentos para justificar este comportamiento. Esto acaba perjudicando la salud de la unidad familiar.
Hay madres que se anticipan al hambre del hijo. Antes de que el hijo tenga hambre le preguntan numerosas veces si quiere comer o incluso les obligan a comer, así le sobresaturan. Esto puede llegar a provocar que el hijo no quiera comer. Es por todos conocido, que queremos lo que no tenemos, ¿qué no tiene el bebé en este caso? Hambre, por eso no come, para tener hambre.
Hay madres que hacen de la alimentación de sus niños y no tan niños una cuestión de amor propio. No aceptan la falta de apetito, la saciedad o el rechazo de un determinado alimento, que pueda no gustar. Lo viven como un rechazo desagradable a su propia persona: este niño no me come, este niño solo quiere que mamá se enfade, si me quisiera más comería…
Hay madres que le dan a sus hijos las cosas ya hechas. Por impaciencia, por prisa, por ignorancia, hacen que los hijos no se esfuercen. Antes de que el niño pida ayuda para levantarse tras una caída, ellas apenas le dejan andar para evitar que se caigan; antes de que aprendan a comer con los cubiertos, como puede ser una tarea sucia, larga y que hace que coman menos, ellas acaban dándoles de comer, o dándoles biberón o dando comida molida cuando no corresponde. El niño avanza lenta y torpemente en la instrumentación del mundo que le rodea, evitar esto puede conducir a que el niño de mayor no se esfuerce por conseguir nada.
Hay madres que intentan satisfacer en sus hijos, ciertas necesidades imaginadas por ella, y no dejan que sea el niño el que pida primero. Con el paso del tiempo, esto puede tener como consecuencia que el hijo no aprenda a desear por sí mismo y acabe sometido al gusto de los padres. O bien puede acabar considerando que para crecer e independizarse hay que hacer justo lo contrario a lo que los padres demanden.
En todos estos casos estamos hablamos de madres que quieren a sus hijos, pero por desconocimiento, por desorientación, por mal asesoramiento, acaban perjudicando el desarrollo del niño en alguna medida. Es aconsejable no desear por los hijos, ni anticiparse reiteradamente a sus demandas. Podéis leer más o profundizar en estos temas, en el libro “¡No quiero comer!” de la Editorial Filium.
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