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Viernes 22/11/2024

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Colectivo Moraga: Cuando arte significa libertad

La creación artística no tiene barreras y, en el caso del Colectivo Moraga, no puede ser más cierto. El grupo, formado por internos del penitenciario de Alhaurín de la Torre, ha encontrado en el arte una válvula de escape. Ahora, presentan en el Centro Cultural de La Cala ‘Arte sin etiquetas’

Moraga es sinónimo de muchas cosas. Aparte de las ya sabidas, puede ser equivalente de cautiverio, porque así se llama la finca sobre la que se asienta la prisión de Alhaurín de la Torre, y también, aunque parezca contradictorio, de libertad, porque este es el nombre que escogió hace 15 años Rafael Fernández para bautizar al grupo artístico de los internos de este penitenciario.

Funcionario en esas mismas instalaciones y coordinador del grupo, Rafael entendió pronto que el arte y sus manifestaciones podían ser una buena forma de terapia, de reinserción y de vía hacia la libertad en sus diferentes acepciones. Por eso, en 1996, junto a un grupo de internos y otros trabajadores de la prisión, se puso manos a la obra: “Todo el mundo es recuperable, si quiere ser recuperado y en este colectivo, el arte se convierte en el mejor camino”, explica.

Rafael nos atiende en el Centro Cultural de La Cala, un lugar que el viernes 4 se convertirá en el escenario de una inauguración muy esperada, la de la muestra ‘Arte sin etiquetas’, en la que un grupo de internos, entre ellos, el mijeño Francisco Peinado, mostrarán sus obras al gran público.

Los propios internos y Rafael se encargan de desembalar las obras, de colgarlas, de montarlas, en un clima que nada hace pensar en la relación preso-funcionario que se nos vende desde muchos ámbitos. “Todo lo relacionado con la cárcel da morbo y, muchas veces, los propios medios alimentan esa creencia”.

Actualmente, el colectivo lo forman 10 personas, aunque, en toda su trayectoria, han pasado por allí cerca de 200 artistas que han dejado su impronta colgada en las paredes de Alhaurín: “No todo el mundo comparte esta visión. Algunos sectores se empeñan en creer que una prisión tiene que ser un edificio de paredes grises y oscuras, sin embargo, esta iniciativa, totalmente pionera, ha llamado la atención en muchos lugares y han venido, incluso, responsables de prisiones de Alemania para conocer el trabajo que estábamos desarrollando”.

Algunos internos se relacionan por primera vez con el arte en Moraga, otros, como Christian, ya se dedicaban a elloMientras vamos conociendo los orígenes de este colectivo, las obras de arte van apareciendo como por arte de magia. Los internos que acompañan a Rafael ese día, Christian, David, Felipe y Francisco, ayudan a desembalarlas y deciden sobre la mejor posición para colocarlas. Los trabajos acaban de llegar desde la Ciudad de la Justicia de Málaga, donde han estado expuestos por primera vez y, ahora, toca adaptarse a la sala caleña, de menores dimensiones.

Es difícil decidir cuáles no se mostrarán porque todos sorprenden. Boli Bic, carboncillo, óleos, esculturas... cualquier forma de expresión es válida en un colectivo en el que las barreras solo las pone la imaginación. “Aprendemos unos de otros. Estamos muy unidos, ya que pasamos muchas horas juntos y siempre nos asesoramos al trabajar”, explica Francisco, el  joven mijeño.

Más que arte

Pero Moraga es mucho más que un taller de arte, es también un grupo de apoyo, un lugar en el que sincerarse y revelar estados de ánimo: “Para una persona joven, que necesita expansión, libertad... estar privada de todo eso, de su familia, de sus amigos, es muy duro. Así, que las horas en el taller también se aprovechan para conversar. Ellos cuentan lo que sienten y, entre todos, tratamos de ayudar”, dice Rafael.

Y es que la cárcel, el centro de internamiento, o como queramos llamar a ese limitador de libertad, no tiene por qué ser el final de todo. Aquí las segundas oportunidades existen y dependen de cómo se aproveche el tiempo. “No es solo una celda de castigo.

Es una institución que pretende reeducar”, explica Rafael. Felipe, uno de los internos, defiende el penitenciario porque, en su caso, le ha supuesto una segunda oportunidad: “Hubo un momento en que mi vida empezó a degenerar. Con 27 años, me encontraba en una situación de adicción muy grande, hasta el punto, de que ya ni mi familia podía conmigo.

La entrada en Alhaurín y en el Colectivo Moraga ha significado recuperar mi vida. Ahora, con 31 años, estoy rehabilitado, he terminado la ESO y he llegado a ser, incluso, presidente de mi módulo, el 8, un módulo de respeto, que para mí es toda una escuela de valores”.

Ese módulo, en el que también se encuentra el mijeño Francisco, es un lugar especial dentro del penitenciario. Los internos se comprometen a tener un comportamiento cívico y, a cambio, pueden autogestionarse. Toman decisiones, tienen una comisión de conflictos e, incluso, programan su tiempo. “Tenemos hasta talleres de aeronáutica”, dice Felipe. Y es que, hoy en día, cuando todo el mundo quiere tener tiempo, no se puede desaprovechar: “Dentro sobra, así que no puede ser muerto. Hay que proyectarlo en cosas positivas. Si estás patio arriba y patio abajo, le robas tiempo a tu vida”.

El centro desarrolla también otros programas, como visitas a colegios e institutos, en las que los internos cuentan su experiencia en primera persona. “La iniciativa cumple una doble función”, dice Rafael, “es una labor preventiva de cara a la sociedad y, además, habituamos a la persona a estar en la calle”. Porque, aunque acostumbrarse a vivir sin libertad es difícil, lo contrario también.

Todos los internos coinciden: “Cuando estás entre cuatro paredes, pierdes visión periférica, horizonte. La primera vez que sales, te quedas en shock, viendo cómo la gente se mueve desordenada a tu alrededor”. Tal vez, por eso, y por todo lo anterior, es tan importante la labor del Colectivo Moraga, un grupo que elimina barreras y amplía el horizonte, aún entre cuatro paredes.

La vuelta de Francisco, cuatro años después

No es la primera vez que el colectivo Moraga expone en Mijas pero, sin duda, esta es especial. En el elenco de artistas, un nombre resuena con fuerza en nuestra cabeza. Francisco Peinado, el joven mijeño que entró en prisión en 2007 por un caso sobre el que hay más incógnitas que certezas, se reencuentra con su familia, con sus vecinos, con su pueblo, 4 años después.

Está cambiado, “más fuerte, más hombre”, dicen algunos, pero en su cara, la misma sonrisa de niño nos recibe, ahora con 24 años. Tímido y educado, Francisco regresa como creador, porque no ha querido que estos años sin libertad sean sinónimo de tiempo perdido.

¿Eres consciente de que la exposición va a causar mucho revuelo?, le pregunto. Y él, se encoge de hombros y, con una sonrisa, afirma: “Sí, lo sé. En cierta manera, es mi presentación ante todos. Estoy nervioso, por lo que significa. Estar aquí, visitando el pueblo, delante de todo el mundo. Me impresiona, pero me siento bien. Tengo ganas de que sepan lo que estoy haciendo, de que vean que trabajo, que voy hacia adelante”.

Tanto él como su familia, son conscientes del apoyo que les profesa todo Mijas desde que aquel fatídico noviembre de 2007 fuese señalado como el autor del crimen de José Pedro Fernández, de 17 años, que falleció apuñalado en la zona de marcha de Benalmádena.

Su vida cambió radicalmente a partir de ese momento y, aunque no hay pruebas concluyentes, Francisco comenzó su condena en la penitenciaría de Alhaurín de la Torre, un período que pronto se enredó con el colectivo Moraga: “A través de los compañeros, me enteré de que había un grupo que hacía escultura, pintura... Eso siempre me había gustado y, aunque estando en la calle no me atreví, contacté con Rafael Fernández, el coordinador del colectivo, y me uní a ellos”.

Francisco reconoce que su entrada en Moraga supuso un antes y un después en su historia en Alhaurín. “Ha sido muy positivo. Sirve para evadirte, porque te centras, intentas imaginar, hacer cosas nuevas y todo eso resulta muy beneficioso para tu cabeza”.

Aunque le gusta todo tipo de arte, tiene claro que la escultura es lo suyo. “Modelar con las manos me encanta, todo lo que tenga un componente manual me hace sentir vivo”, afirma Francisco con la mirada brillante. “Y el grafiti”, añade Rafael. “Sí, eso también, aunque eso ya venía de fábrica”, ríe el chico. “En serio, me gusta trabajar el hierro, la pintura, el ácido, las obras envejecidas...”.

En esta muestra, la primera en la que Francisco podrá compartir el espacio físico con sus obras, su familia y su gente, el joven nos muestra tres esculturas, ‘El ojo vertical’, de madera y aluminio, ‘El árbol’, de hierro y ‘Voy en camino’, una preciosa alegoría de libertad con la que el grupo posó para la fotografía de abajo. “Todas la obras llevan un mensaje, reflejan el estado de ánimo en el que te encuentras. Son sentimientos que quieres reflejar y no sabes cómo”.

El joven mijeño Francisco Peinado firma tres de las obras que se exponen en La CalaLlega un momento tenso en la entrevista. Toca sacar un tema del que nadie quiere hablar. Los padres de Francisco, sus compañeros, Rafael... todos quieren proteger al chico, porque ninguno quiere que le hagan daño. Lo entiendo. Sin embargo, como periodista, toca preguntar y toca pasar el mal rato: ¿En qué circunstancias se encuentra tu caso?

Francisco también lo entiende, entiende que no es morbo, sino las ganas de todo un pueblo de saber qué pasa y, después de consultar con su familia responde: “Hace unas semanas, disfruté de mi primer permiso y ahora estoy haciendo alguna salida programada de tipo cultural, como esta. Por otra parte, la causa se ha recurrido al Tribunal Supremo y estamos a la espera de una contestación”.

Pasado ese mal trago, la conversación prosigue en un tono íntimo, de confianza, porque, al final, todo es cuestión de sentimientos: “Hay muchos estereotipos de lo que es una cárcel”, explica Rafael, “pero aunque haya gente negativa, hay mucha otra que merece una oportunidad. En esa situación de encarcelamiento, valoran mucho más lo que son y lo que tienen”.

Francisco afirma con la cabeza y también Christian y Felipe. Todos saben lo que es la ausencia de libertad. “Yo echo mucho de menos a mi familia, a mis amigos, al pueblo. En el primer permiso que he tenido, todo el mundo me ha apoyado y me he sentido muy querido”, explica el joven mijeño. “Ha habido momentos de desesperación, de pensar que nunca llegaría este día, que no saldría adelante, sin embargo, aquí estoy”.

Y es que, como dice Rafael Fernández, todo llega: “En esos momentos, es cuando necesitan más apoyo y ahí está todo el colectivo y yo mismo para hablar”. Además, la familia y los amigos de Francisco nunca lo han dejado solo. Han ido a visitarlo, le han mandado cartas y no lo han olvidado ni un solo día.

Aunque es duro, Francisco empieza a ver luz. Con un poco de suerte, estas Navidades podría pasarlas con su familia, pues ya tiene el permiso solicitado. Y podría volver a domir en su cama, en su cuarto, un lugar que le emocionó especialmente cuando disfrutó de su primer permiso: “Definir lo que sentí la primera vez que salí es difícil. Era una situación un poco surrealista.

La había imaginado tantas veces que no sabía si era verdad o ficción. Al entrar en Mijas me sorprendió la cantidad de rotondas nuevas que se han hecho (risas) y, ya en serio, la mezcla de sentimientos que tenía, pena, felicidad, alegría... Cuando llegué a mi habitación me derrumbé y me puse a llorar”.

Su madre, Rosario, y su padre, Lázaro, que han sufrido a su par en este tiempo, le ponen una mano por el hombro y sonríen: “Ahora estamos contentos de que él esté saliendo, de que todo el mundo nos apoye y de que él exponga en Mijas”, y Rosario añade: “El día de la exposición no voy a estar nerviosa, no voy a llorar. Él me trasmite la tranquilidad”.

Y así, con el pensamiento de una madre coraje, termina una entrevista que te hace reflexionar, que te hace pensar que, muchas veces, las cárceles no son solo físicas, sino también mentales, porque ¿cuántas etiquetas ponemos y nos ponen a diario? ¿Cuántos limitaciones aceptamos? ¿Cuántas barreras no traspasamos por miedo? Es curioso pensar que la ausencia de libertad te haga sacarle mucho más partido a un tiempo que, a veces se nos va, en otro tipo de cárcel, la de una vida rutinaria carente de aspiraciones.

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