Muchos saben cuidar un coche: revisiones periódicas, la presión de las ruedas, mantenerlo limpio.
Otros cuidan a sus mascotas con especial amor: vacunas, dentista, peluquería, accesorios. Algunos cuidan su cuerpo: ejercicio constante, alimentos sanos y que no hagan trabajar mucho al hígado, hidratación, reposo. Tenemos cuerpo y, además, también tenemos psique, y los dos son importantísimos.
¿Cuidamos nuestro psiquismo? Este se cuida hablando, leyendo, escribiendo, amando y gozando con distintas cosas, teniendo en orden la propia historia y la historia familiar, estando en paz con uno mismo, aceptándose, elaborando y comprendiendo distintos aspectos de la vida.
Es fácil ver algunas consecuencias de un psiquismo mal cuidado: levantarse desvitalizado y sin ilusión, insatisfacción, mal humor e irritabilidad, el fracaso repetido de objetivos propuestos, verse envuelto en constantes polémicas, episodios de angustia leve o moderada, sentirse viejo.
Sucede que preferimos pensar que todos estos estados, quizá poco llamativos, son inherentes a la vida cotidiana, o que son rachas de la vida. Conforme persiste ese malestar, vamos buscando distintas explicaciones que lo justifiquen: un gen mal hecho o ausente, una hormona, la casualidad, la mala suerte, esta sociedad intrépida y en crisis.
Y así de modo heroico, haciendo honor a un gran poder de sufrimiento se va aguantando hasta que la situación se hace insostenible, y justo en ese momento, a la desesperada se pide ayuda.
La tendencia a buscar responsables es para eludir nuestra propia implicación en los acontecimientos, velando así las elecciones que hemos ido tomando.
¿Está en estos momentos de vacaciones y se encuentra de muy buen ánimo? Esas sensaciones pueden reinar siempre. Ahora ya sabe que su psiquismo merece cuidados, y que con ayuda puede quitarse ese disfraz de superhéroe con el poder del sufrimiento.
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