Se pueden exagerar sentimientos, se puede exagerar el significado de los acontecimientos, se pueden exagerar reacciones, se pueden exagerar virtudes y defectos. Exagerar es representar, decir o hacer algo traspasando los límites de lo verdadero, natural, ordinario, justo o conveniente.
¿Por qué alguien querría exagerar? Para captar la atención de otros, para hacer reír, para impresionar; pero estos son sólo alguno de los usos intencionados de la exageración. Muchas veces las personas no son conscientes de que padecen de exageración, necesitan de una escucha profesional que les marque esa forma de ser. Se puede estar enfermo de exageración y lejos de de ser algo cómico se torna algo conflictivo, problemático, que puede hacer sufrir a quien lo padece.
Alguien así teme un despido laboral ante un error cometido en el trabajo; piensa que va a sufrir el abandono de su pareja ante la primera discusión; en definitiva, imagina catástrofes que la mayoría de las veces no suceden en realidad. Así por ejemplo, alguien puede llegar a consulta aquejado de una mala relación en la que se discute mucho, y puede descubrir que es él mismo el causante del mal-amor, por su forma exagerada de interpretar las cosas. Algo típico de los obsesivos.
¿Sacaría usted un ejército para matar a un mosquito? Quizá lo esté haciendo sin saberlo y como consecuencia esté padeciendo los efectos de esa actuación desmedida. Tal vez vea al mosquito como un Godzilla. El exagerado no se inventa una realidad, solo que la ve con una lupa. Tras un proceso terapéutico lo que se creía un monstruo se ve –si me permiten una exageración- como un simple microbio, y las situaciones se pueden abordar basándose en hechos y no en la imaginación.
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