La finalidad del proyecto es que el molino sea un museo vivo. Además de moler las aceitunas de pequeños productores de la zona, aspira a ser un aliciente turístico para el municipio.
Volver a ver el viejo molino de ‘El Rincón del Hinojal’ funcionar tal y como lo hacía antaño (un recuerdo infantil que aún permanece fresco en la memoria de los hermanos Ayala Tamayo) es para esta familia un sueño a punto de hacerse realidad.
Para lograrlo, están dedicando a este proyecto cargado de nostalgia muchas horas de investigación y trabajo, así como una importante inversión que podría superar los 150.000 euros, destinando el dinero de la venta de una parcela familiar a adaptar unas instalaciones casi centenarias a la normativa actual.
Esfuerzos que, aseguran, les compensa personalmente, a pesar de las vicisitudes. Y es que, además del coste que les está suponiendo la aventura, han sufrido hace poco un robo de maquinaria en el que les han sustraído desde una batidora de 1945 hasta dos generadores, una hormigonera o una báscula electrónica adquirida recientemente.
Como explica Modesto Ayala, empleado de banca prejubilado y el mayor de los cuatro hermanos, “si algún cliente me plantea este negocio, le digo que está chalado porque, racionalmente, desde el punto de vista económico, no tiene mucho sentido” pero, en este caso, se trata de mucho más y entra en el terreno sentimental.
“Desde siempre hemos tenido esa idea”, cuenta el primogénito de los Ayala, que recalca que “aquí es donde nos hemos criado, nunca lo hemos abandonado y jamás se nos ha ocurrido vender” como sí ha ocurrido con las fábricas históricas de los alrededores, que han sido progresivamente desmanteladas.
“Lo llevamos en la sangre y siempre nos ha gustado”, agrega su hermano Jesús, el más joven de los cuatro, quien curiosamente no llegó a conocer el molino en activo (era un bebé cuando quedó en desuso, a principios de los años 60) y, precisamente por ello, para él, “verlo ahora funcionar es muy gratificante y especial”. Y es que este lugar de Camino de Coín ha sido siempre “un eje de reunión de la familia” que ha estado abierto todos los días.
“Para mí (señala Pepe, otro de los Ayala) ya es un hobbie venir aquí todos los días y ayudar”. Considera que es “un proyecto ilusionante” que también ha entusiasmado a su hijo mayor, que “está haciendo la electricidad y viene aquí siempre que puede”.
El proyecto de recuperación
Todo comienza cuando algunos Ayala dejan de trabajar y, como narra Modesto, “empezamos a venir aquí a hacer cuatro cositas; poner una puerta aquí, un suelo allá” pero, sin duda, lo que les impulsó a llevar hacia adelante la iniciativa fue ver que había un molino como el suyo produciendo en Benagalbón.
Al ponerse en contacto con su propietario, este les indicó que en Priego (Córdoba) había una empresa (Aguilera Vega e Hijos) que se dedicaba a desmontar fábricas antiguas y hacer este tipo de piezas. Entonces, continúa Modesto, “nos pusimos en contacto con Rafael Aguilera, a quien le encantó el proyecto y que ha hecho todas las piezas; sin él no hubiera sido posible”, asegura.
También han contado con la colaboración de un ingeniero agrónomo, así como con el beneplácito del Ayuntamiento de Mijas, que avala esta iniciativa, que rescata una parte del patrimonio histórico y etnológico de la localidad, por su interés social y turístico.
Además, durante este tiempo, no han sido pocas las gentes del lugar que les han animado a conservar este trocito del pasado de Mijas pues, algunos, incluso lo han conocido funcionando.
De hecho, apunta Modesto, al día siguiente de que los medios de comunicación se hicieran eco de la noticia (hace unos meses) de que el proyecto tenía el visto bueno del Consistorio, “se montó un show. Teníamos gente que quería moler por aquí preguntando”. Sus vecinos han acogido la idea con mucho cariño.
Lo que les mueve principalmente es “mantener” el molino para que “no se caiga” y, al mismo tiempo, retomar su actividad es para ellos la excusa perfecta para “reunirnos desde noviembre hasta diciembre los cuatro hermanos, unos tomando nota, otros pesando... y que las familias se lleven su propio aceite”.
Algo que tiene más valor en tiempos de crisis. “Hay mucha gente que, dadas las circunstancias económicas, tienen diez olivos frente a su casa de los que no recogían las aceitunas y ahora sí empiezan a hacerlo”, señala Modesto, que se alegra de que pequeños agricultores de la zona le digan al verle “vas a hacer que arregle mis olivos”.
Jesús Ayala apunta que “vamos a moler mucho a la maquila”. Cree que “será muy bonito ver cómo los pequeños propietarios traen sus aceitunas y toda la familia se acerque a ver cómo se muele” y destaca que, además, “se llevarán el aceite que se estruje de sus aceitunas por el sistema tradicional, un lujo que casi nadie hace en España” y que, por qué no, podría convertirse en el futuro en una atracción turística.
Historia viva
El molino es para los Ayala un referente, parte de sus señas de identidad. Tanto es así que uno de los hijos de Pepe, Óscar, llegó a presentar en 1998 un estudio sobre las instalaciones que realizó junto al profesor Luis Tomás García, dentro de unas jornadas sobre molinología en Cataluña.
Modesto, el mayor, ya lo conoció tal y como está ahora (salvo las adaptaciones que, evidentemente, han tenido que realizar), aunque le consta que “había habido un molino anterior” en el Cortijo de La Torre, que tenía varios caseríos.
En concreto, el que están recuperando lo monta su abuelo, Modesto Ayala (que llegó a ser alcalde de Mijas), en 1920, cuando le toca, en la partición con su hermano Emilio, esa parte de las tierras que su padre, Emilio, y su tío, Modesto (que no tuvo descendencia), habían comprado en 1875 a la Condesa de Villapaterna y que, por aquel entonces, estaban sembradas de viñedos que más tarde, en 1880, la plaga de filoxera que azotó la zona obligó a sustituir por olivares.
“El empiedro antiguo lo movía un caballo, la prensa es de 1920 al igual que la caja de bomba que accionaba la prensa, ambas de R. Benítez, una de las primeras industrias de Málaga de fundiciones”, puntualiza el mayor de los Ayala, quien agrega que “en 1945 le hacen una reforma; incluyen un motor de explosión e instalan los herrajes y el sistema de poleas, así como una batidora, que se funde en R. Benítez con Cayetano Ramírez” y que es precisamente la que les han sustraído hace unas semanas.
El molino estuvo en activo desde entonces hasta principios de los 60, formando parte de la vida cotidiana de los hermanos Ayala hasta que, como recuerda Pepe, “el molino se paró cuando yo tenía 8 años”, momento en el que la familia se traslada a Fuengirola, donde se escolariza.
En ese periodo, rememora Modesto, “el Cortijo de la Torre era como el Corte Inglés” porque todo el comercio giraba en torno a esta zona, se vendían desde zapatos a aceite, y el rellano de entrada al molino era punto de encuentro habitual donde se celebraban todo tipo de fiestas e incluso llegaban titiriteros. “La gente cuando terminaba de trabajar en el campo se venía aquí y ahora, cuando te entra la morriña de la vejez, lo hemos retomado”, apostilla.
Otro de los capítulos aciagos de la historia de Mijas, en este caso de su historia más reciente, tampoco le ha sido ajeno al molino familiar. Con el incendio que se declaró en el municipio en 2001, “ardió todo el techo” de madera pero, por fortuna, no solo para los Ayala sino para los mijeños en general las piezas del molino permanecieron intactas y, en breve, arrancará su maquinaria.
Una molienda a la antigua usanza
Según los Ayala, el aceite sabe distinto con el proceso tradicional de molienda por el que, en primer lugar, las aceitunas entran por una cinta hacia una limpiadora, caen a un contenedor que está sobre una báscula y se pesa.
De ahí, pasa a la tolva que va a un ‘sinfín’ o ‘husillo’ que va subiendo la aceituna hasta que cae en el ‘empiedro’, que la machaca y la convierte en masa (como apuntan sus propietarios, una de las ventajas que tiene el molino de piedra con respecto a los modernos es que hace más fácil la extracción del aceite).
De ahí pasa a la batidora, durante una hora más o menos, donde las moléculas de aceite se agregan, dándoles un poco de temperatura (aunque hay que tener en cuenta, como advierten, que mientras menos temperatura, sale mejor aceite, si bien es más difícil sacarlo y, si pasa de 28 grados, el aceite empieza a perder olores y sabores).
De ahí, pasa a la prensa, para prensarlo se utilizan unos capachos o esteras de esparto donde se van depositando unos 7 kilos de masa por cada uno, que se van amontonando sobre un eje o vagoneta. La prensa tiene un émbolo que va subiendo y apretando los capachos sobre el techo o ‘la puente’ (que puede llegar a soportar hasta 400 kilos de presión) y va cayendo el aceite y el perchín a unos pozos (originariamente de barro pero ahora forrados de acero inoxidable).
Antes se decantaba con un cacillo, se cogía el aceite y se quedaba el agua, ahora pasa a unos depósitos de acero inoxidable que tienen un codo; el agua o alperchín se deposita abajo y el aceite se queda arriba. Para el consumo, necesita 24 horas de reposo aunque también se puede lavar o centrifugar, si bien con cada uno de estos pasos también perdería sabores y olores.
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