Doy entrada a este texto con una referencia tomada de Freud: “Hay hombres que repiten siempre a través de toda su vida, sin corregirse y para su daño, las mismas reacciones, o que parecen perseguidos por un destino implacable, mientras que una investigación algo minuciosa nos muestra que son ellos mismos los que sin saberlo se preparan tal destino”.
Puede que muchos al leer esta breve cita os hayáis preguntado cómo alguien puede prepararse, aunque sea sin saberlo, un destino de repetición. Primero daré una pincelada de qué es la repetición. Es esa fuerza, sobre la que difícilmente tenemos control y sobre la que poco puede explicar quien es presa de ella. Es el motor que hace por ejemplo que siempre me encuentre con hombres mujeriegos cuando en realidad lo que quiero es formar una familia; es aquello que me empuja a comprar una y otra vez aunque sean objetos repetidos, que no me sirven y que encima estropean mi cuenta bancaria; es aquello que me empuja a no encontrar solución y mantenerme pasivo en una situación de desempleo, desamor o de dificultad en las relaciones sociales; es aquello que empuja incesantemente a no querer las cosas una vez que las he conseguido… en definitiva es esa fuerza invisible que me empuja a ir más allá del placer, y si traspaso la línea del placer me encuentro con el sufrimiento.
Bien, la repetición es uno de los pilares en los que se apoya el psicoanálisis. Sería conveniente desterrar la nociva idea de que el ser humano es puro amor. La realidad es un poco más cruda y es que el sujeto está dividido: en él cohabitan el amor pero también la destrucción. No es que sea una mala noticia, es lo que es y cuanto aprendamos a convivir y saber hacer con eso, viviremos con otra armonía.
Muchos pacientes reclaman intensamente “técnicas y pautas” para encontrar alivio a su malestar. Y en muchos casos ese bálsamo es efectivo. Lo que suele ocurrir es que el efecto no es muy duradero o el malestar se vuelve hacer presente a través de un problema distinto, es decir, el sufrimiento insiste aunque con diferentes caras. Enlazando esta demanda insistente con la cita inicial, podemos decir que una de las claves para alcanzar cierta tranquilidad es librarse de la repetición. Un tratamiento posible es conocer en qué forma se presenta en cada uno, qué disfraz toma para cada sujeto esta repetición, y a partir de ese reconocimiento automáticamente uno cobra otro manejo de la vida. Verse la cara, podríamos decir con nuestro lado oscuro, requiere implicación y ganas de saber qué somos, quiénes somos y por qué. Es decir, algo más que una solicitud de “técnicas y pautas” donde poco se moviliza en el psiquismo, y uno no se pone en entredicho.
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