Cuando pasamos por situaciones difíciles, es de agradecer que te regalen positivismo en forma de palabras llenas de optimismo, y no por el contrario frases negativas que terminen por hundirnos. Pero cuando uno está a solas consigo mismo sabe que muchas veces las palabras siempre llenas de bunas intenciones no son suficientes para seguir adelante. Muchos damos y recibimos frases del tipo: “mira para delante”, “si quieres puedes”, “todo va a salir bien”, “tú vales mucho”…

Son frases que vienen muy bien para nuestro narcisismo. Pero para que esas palabras nos resulten un poco verdaderas y no seguir enrocados en un autodiscurso negativo, uno tiene que haber dejado de vivir para servir a su injusto juez interior y procesarse un buen trato. Pero no hay que incurrir en el error de pensar que porque “yo lo valga” la situación o las personas van a cambiar. Habría que grabarse a fuego que las situaciones y las personas son como son y no son de otra forma. Pero la gente se entrega a una lucha: con la suegra, con el padre, con el trabajo, la salud… Pensar la vida como una lucha hace que la vida se vuelva pesada y que vivir sea cansado. El día a día, la vida, no es del orden de luchar, es más bien del orden de saber. Saber que cada cual vive su vida como quiere; que nadie tiene obligaciones con nosotros; que no hay ningún objeto, propósito o persona que nos colme tanto que ahí se pare la vida; que nadie nos puede decir todo lo que nos quiere de una vez y para siempre. Pero lo que realmente hay que saber es que lo que a mí me pasa tiene que ver conmigo mismo y no con el otro.

Es reconfortante que nos den ánimo porque en ese gesto uno se siente apreciado por el otro. Pero para vivir, más que ánimo, hace falta valor para poner nuestras cartas boca arriba: para saber por qué albergamos ciertos sentimientos, por qué nos afectan determinadas situaciones, para saber cómo es el motor de nuestra vida y que hacemos para sostenerlo.

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